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Como decía Cantinflas, “vamos, por ejemplo, supongando y, claro, desde luego, puestos en el caso”, que la reforma educativa se lleve a cabo, sin falla, de acuerdo a su propia lógica. Hacerlo así permite advertir desaguisados ocultos tras las recurrentes, y ocurrentes, frases con las que la impulsan artífices y asociados a la madre de todas las reformas.
El corazón de la reforma, dicen, es la asignación de los puestos para el trabajo docente con base, exclusivamente, en el mérito. ¿Cómo se advierte el mérito y su distribución diferencial? Fácil: a través de la evaluación, tanto para el ingreso como para la permanencia. Debido a que el mérito es variable, los sustentantes de los diversos procesos de medición de ese rasgo pueden ser ordenados de mayor a menor puntaje, dado que la prelación en cuanto a la calificación asignada se relaciona, de manera certera, con la capacidad de ser docente. Se hace la lista del mejor al no tan mejor, y de ahí al peor. Con base en ello, los conocedores y técnicos en la materia definen agrupaciones que diferencian a los destacados de los buenos; a los satisfactorios de los insatisfactorios, y a los idóneos de quienes carecen de idoneidad. Incluso, detectan a los excelentes.
Si todo es así, y se realiza de modo impecable (recordemos que operamos bajo una serie de supongandos), el listado con base en el mérito queda listo. De manera semejante, se ordenan las plazas de la mejor a la no tan mejor, y de ahí a la peor. No está claro, para quien esto escribe, el criterio de ordenamiento de los puestos disponibles, pero se puede postular que tal vez tendrán una secuencia de acuerdo a ciertas ventajas, por ejemplo, geográficas: serán colocados, primero, los más cercanos a los sitios urbanos, luego los ubicados en las orillas no pobres de las ciudades, posteriormente los rurales en escuelas “completas” (todos los grados y al menos un profesor por cada uno) y, al final, los más lejanos, empezando por los que no están lejos en distancia, pero sí en condiciones socioeconómicas en las ciudades y, en orden descendente, los que implican largo trayecto pero tienen carretera, después brecha, vereda y, al final, a los que están atrás de los linderos de lo lejano y pobre. Conforme se desciende en la lista, la frecuencia de planteles “multigrado” se acrecienta.
Veamos el resultado ineludible de la reforma basada en el mérito medido por la evaluación: los más destacados irán a las escuelas donde están los puestos más apreciados y, de esta forma, asociado el impecable valor del mérito al ordenamiento de las características de las plazas de más a menos prestigio y condiciones para el trabajo, tendremos una asignación regresiva en sus efectos en cuanto a la equidad: a los que más requieren “mejores” docentes, irán los “peores”, y donde se colocarán los “más meritorios” será en los sitios en que las condiciones socioeconómicas y culturales son favorables o menos adversas, mismas que impactan, mucho y a la alza, los resultados educativos. Ergo, el círculo se cierra por obvio: donde están los primeros lugares de los evaluados, habrá mejores resultados en el aprendizaje. Reforma tenemos, sin duda, pero desigualdad acrecentada también. Si la reforma es exitosa de acuerdo a su lógica, aceptando sin conceder los supuestos en que descansa y se defiende, tendremos un sistema educativo crecientemente desigual.
De todos los supongandos, dudemos de uno: que la prelación está sesgada: la académica corresponda al INEE, y el orden de las plazas a las autoridades y al SNTE. Al mejor “medido”, sin vínculos clientelares, le asignan la plaza 87, y al lugar 54, pariente o socio, le ofrecen la “mejor”: mérito incluido y pacto político reconstruido. Mal sí así es: corrupción. Y peor si no, pues profundiza la desigualdad. Son supongandos, nada más.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
@ManuelGilAnton
mgil@colmex.mx