Ligeros de equipaje, dice la nota, el 30 de octubre llegaron a la ciudad de México los niños cantores mixes, luego de un viaje de varias horas desde su comunidad, Tejas, ubicada en el municipio serrano de Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca. No venían deoquis, hermoso mexicanismo que significa de balde o en vano. Nada de eso: su encomienda era cantar el Himno Nacional en la inauguración del Gran Premio de México de la Fórmula 1 que retornaba, luego de muchos años, a nuestro país.
Media centena. Entre 5 y 12 años, justo la edad de asistir a la primaria. Su escuela, bilingüe, se llama “Gustavo Díaz Ordaz” (por cierto, ¿no sería imperioso eliminar de todo espacio público ese nefasto nombre?) e integran el Coro Infantil “Canto de la Tierra”. Se les presentó el día 1 de noviembre en el autódromo y, como dice la crónica, “entonaron el Himno y mostraron la riqueza de nuestros pueblos indígenas a más de 185 países del mundo y millones de personas”.
Uno de ellos, Mario Alberto, en entrevista declaró que quería que se reparara su escuela pues se había dañado por las lluvias. “Se está cayendo, le faltan muchas cosas. Libros para leer y limpiar la cancha”. Sus palabras e imagen fueron mostradas en un noticiero de la noche, encomiando que el pequeño, en lugar de pedir algo para él, solicitara que su escuela estuviera mejor. Me tocó verlo. Días después pasaron imágenes del plantel: no sólo por la lluvia, sino por el abandono de años, no estaba en pésimas condiciones, sino en el nivel que sigue en la escala de lo peor: bajareque dañado, techos de lámina oxidada con agujeros, lodo, sin baños, pizarrones viejos. Vamos: como tantas miles de escuelas en el país.
El 5 de noviembre salió en el diario: “Por instrucciones del secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño Mayer, el Instituto Nacional de la Infraestructura Física Educativa (Inifed) destinó de forma inmediata los recursos necesarios para la rehabilitación de la escuela primaria de los niños cantores mixes”. Y en un comunicado de la SEP, se difundió que se fueron a la sierra cuadrillas que, luego de evaluar los daños que la lluvia acumuló sobre las condiciones previas de ruina, “comenzaron inmediatamente los trabajos de rehabilitación, a dos turnos: habrá suministro de pisos y mobiliario, cancelería, techumbre, servicios sanitarios, aplicación de pintura, espacios deportivos. Todo lo anterior, decía la autoridad, “con elementos de accesibilidad, así como la provisión de conectividad para asegurar la inclusión de los niños mixes en la red mundial de comunicación”. La SEP, en un alarde de eficiencia, hizo énfasis en que “la atención llegó 24 horas después de que los integrantes del coro infantil entonaron el Himno Nacional”.
Miércoles 17 de diciembre si no mal recuerdo. Mismo canal y a la misma hora: quien lee las noticias recordó, y repitió, la escena del niño abogando por la escuela el día del canto. Mostró cómo estaba la escuela antes del afortunado viaje y la situación actual, a mes y medio de haber dado la instrucción quien manda. Menudo cambio: edificios sólidos recién pintados; patio reluciente y asta bandera con escalones rojos. Nuevecita la cancha. Ventanas, puertas, pasillos, rampas. Una situación incomparable. El comentario fue: “qué bueno que les cumplieron la promesa”. Corte comercial.
Lo que debía ser normal ocurrió por suerte: cantaron, pidieron y la tele lo registró. Entonces la autoridad, conmovida y responsable, concedió y ordenó celeridad. Hecho: compromiso cumplido de los que vinieron a mover a México, pero, al parecer, si, y sólo si, los medios lo retratan. ¿Quién es responsable del desastre precedente a la lluvia? ¿Alguien da la cara por tantas otras aulas abandonadas? Nadie. Propaganda vil atada al dicho: Santo que no es visto, no es adorado. Aquí, allá y en Tejas.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México
@ManuelGilAnton
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