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Entre el gabinete, el grupo de asesores, sus compañeros de partido o cualquier allegado de los que comparte su sábado jugando golf con Enrique Peña Nieto, debe haber alguno, al menos uno, con conciencia suficiente para entregarle en propia mano al Presidente o, de preferencia, leerle en voz alta el documento titulado Retrato de un país desfigurado. Este informe del Instituto de Estudios de la Transición Democrática (IETD) enciende una alarma que debe ser atendida sin postergaciones retóricas. No vendría mal que el Presidente lo conociera antes de que presente un informe de gobierno en el que demuestre que sigue ignorando la agudización de la pobreza.
El Presidente podría quedarse con la idea de que el esfuerzo ha sido notorio y que la cobertura de servicios básicos de salud, vivienda, educación, seguro social y alimentación han aumentado. Sin embargo, como lo señala el documento del IETD, de cada diez mexicanos únicamente dos no viven en condiciones de vulnerabilidad. Sus próximos años de gobierno podrían mantenerse en la errática lectura de que el incremento de cobertura es suficiente. Si hay un punto claro y sustentado por el IETD, es la urgencia de atender el nivel de ingresos de la mayoría de la población. Resalta que de acuerdo con las cifras del Inegi, el 64 por ciento de los hogares mexicanos tienen un ingreso menor a dos salarios mínimos, esto implica que en cada día laboral, la entrada de una familia promedio es menor a 140 pesos.
En un llamado a que la sociedad mexicana nos sacudamos la “modorra y la costumbre de ver la miseria de masas como parte del paisaje social, un hecho natural, permanente e irremediable”, el IETD insiste en que los datos sobre los ingresos de las familias mexicanas que el Coneval ha arrojado tienen importantes implicaciones en el orden nacional, y en consecuencia deben realizarse profundas modificaciones en las prioridades de gasto, pero sobre todo, debe plantearse una serie de políticas públicas para la recuperación de los salarios.
Recuerdo que en campaña, el todavía candidato Peña Nieto se negó a suscribir las solicitudes de varias organizaciones de la sociedad civil para profesionalizar al magisterio y romper la simbiosis atípica de la SEP y las cúpulas sindicales, en aras de devolver a los maestros una carrera meritocrática. Alguien lo hizo recapacitar y arrancó su primer mensaje presidencial anunciando una reforma educativa que a todas luces era un paso indispensable para devolverle al Estado la rectoría de la educación. Ojalá ahora, alguien con esa misma sensatez le hable al oído, para advertirle que en este documento está una clave importante para revertir paulatinamente la desigualdad.
Las consecuencias positivas de atender los ingresos no pueden soslayarse, por marginal que sea la relación entre desigualdad y violencia, no hay duda de que la reducción de la pobreza inhibe la inseguridad que se alimenta con la oferta del crimen organizado. La recuperación del ingreso para las élites, así lo evidencia el documento, debe ser también un tema que aunque aparentemente no les afecta, tiene inmediatas repercusiones en el entramado social.
Enrique Peña Nieto podría repetir en su informe que las políticas sociales focalizadas y el desarrollo de la economía sostenido en sus reformas pendientes, son el bisturí con el que dará cirugía a nuestro desfigurado país. Estaría sin duda cometiendo un enorme error al dejar a un lado la urgente necesidad nacional de robustecer los ingresos. Abrirse a la deliberación y al diálogo para imaginar y construir soluciones es un llamado cordial al que no debería negarse.
Tiene una buena oportunidad, datos y tiempo suficiente para reencaminar sus políticas sociales a un objetivo preciso. ¿Lo dejará pasar o habrá alguien que en una corazonada de asertividad lo induzca para sumar al menos un acierto a su océano de desaciertos?
Analista política y activista ciudadana