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“El sistema de justicia mexicano es corrupto. No quiero nada que ver con México excepto construir una pared impenetrable y detenerlos para que no vengan a quitar el dinero a Estados Unidos”. Según dicen los que dicen saber, esta declaración la hizo Donald Trump en su frustración y coraje después de su tercer intento fallido por hacer importantes negocios en México. Luego convirtió su enojo en plataforma de campaña, con la pretensión añadida de que sean los mexicanos los que paguen la construcción del muro, algo así como el que obliga a su víctima a cavar su tumba antes de ejecutarlo.
Los cinco minutos de gloria del señor Trump podrían están llegando a su término, para fortuna de Estados Unidos y del resto del mundo. Sin embargo, el fenómeno Trump merece especial atención. ¿Qué sucede en el ánimo de los estadounidenses que permite que un empresario —político del todo incorrecto— haya logrado puntear en las preferencias del electorado republicano durante varios meses?
El fin del siglo XX coincidió con el fin de la Guerra Fría. Para muchos estadounidenses y otros occidentales, el ganador indiscutible fue EU. El sistema bipolar se convertía en unipolar. Llegamos al “fin de la historia”; los valores de Occidente habían triunfado. Poco les duró el gusto a los triunfalistas. En 2001 Al Qaeda concretó un golpe espectacular en Estados Unidos y esto cambió los paradigmas de la seguridad para el siglo XXI. ¿Y esto cómo se come?, se preguntaron los estadounidenses. Frente a un enemigo sin patria y territorio, clandestino y fugaz, el aparato militar más poderoso de la historia de poco o nada serviría para contrarrestar esta amenaza. Y luego apareció la nueva China en todo su esplendor y alcanzó a Estados Unidos como primera economía mundial.
En este nuevo entorno EU optó por la protección del status quo con viejas respuestas a nuevas preguntas, lo que les llevó a dos guerras convencionales no declaradas —Afganistán y luego Irak— para una década después encontrar al enemigo (Osama Bin Laden) en Pakistán. En lugar de adaptarse al nuevo mundo intentaron blindarse frente a las nuevas amenazas con viejas herramientas. El miedo funcionó como detonador de un nuevo ánimo que pronto llevó a la polarización. Lo de afuera y los de afuera son una amenaza para nuestro american way of life.
En este lapso EU pasó de tener superávit fiscal y comercial en tiempos de paz a un déficit sin precedente en ambos rubros y a dos guerras sin ganador y sin beneficio político aparente. A esto se añadieron rezagos importantes en los sectores de salud y educación, un grave desfase en la administración de la inmigración y la peor crisis financiera desde el crack de 1929.
El ambiente generado en las administraciones Bush y el arribo a la presidencia de Obama llevaron a una mayor polarización política, que se manifestó primero, a través del llamado Tea Party, el ala más conservadora de los republicanos y, después, con Trump, quien colocó la intolerancia y el miedo en el centro de su narrativa.
A pesar de la muy probable muerte política del señor Trump, el fenómeno deja estela y es un llamado de atención que debemos tomar muy en serio para evaluar nuestras actuales estrategias, capacidades y habilidades en nuestra relación con EU. No se trata sólo de defender a los mexicanos en ese país sino de proponer formas más eficientes y respetuosas de la interacción cotidiana entre los distintos actores y sectores de los dos países, de otra manera estaríamos nosotros también contribuyendo a la polarización. De no modificar nuestras actuales estrategias y fortalecer nuestro andamiaje institucional, la relación con la presidenta Clinton, si fuera el caso, seguirá en un bajo perfil por parte de México para la promoción de los intereses de México y de los mexicanos en EU.
Director de Grupo Coppan SC.
lherrera@coppan.com