Sucedió. Donald Trump será el próximo presidente de Estados Unidos. El 8 de noviembre de 2016 será registrado como fecha terminal de un periodo de la historia contemporánea. El respaldo de la mayoría de los estadounidenses a la propuesta de ruptura con el modelo de globalización neoliberal y de rechazo al establishment que lo soporta y representa, significa un repudio a los paradigmas sobre los que la comunidad internacional tejió sus relaciones políticas y económicas en las últimas tres décadas.

Están en riesgo de demolición las estructuras que surgieron al finalizar el bipolarismo y la Guerra Fría, la globalización impulsada por los cambios tecnológicos y la expansión del libre comercio. La visión prohijada por el célebre y polémico ensayo de Francis Fukuyama (The End of History and the Last Man, 1992) declina definitivamente.

Muchos especialistas se devanan los sesos para comprender el avance incontenible de Trump; el magnetismo sobre los electores a pesar de sus temerarias propuestas, cargadas de racismo, adobadas en Make America Great Again. Comenzó como un fuera de lugar, al que nadie concedía posibilidades de avanzar en la fatigosa carrera por la candidatura presidencial estadounidense. Luego se impuso a la élite tradicional del Partido Republicano, ayer pasó por encima de la maquinaria demócrata con los Clinton y Obama a la cabeza.

Este frenético proceso que llevará a despachar en el salón oval de la Casa Blanca a un personaje de alta peligrosidad, tiene origen identificable y por ello se pueden deducir las consecuencias del vuelco político en la primera potencia del orbe.

Un acontecimiento de esta envergadura es complejo, multifactorial; lo abonan causas remotas y próximas. Sigo solamente una de ellas: el agotamiento del modelo económico internacional.

Trump no es una ave rara en la floresta política de nuestros días. Lo preceden fenómenos semejantes en varios países, el más reciente fue el divorcio de la Gran Bretaña con la Unión Europea, Brexit. Pero hay muchos: la declinación de los partidos históricos en Europa —los que la reconstruyeron en la posguerra o los que fueron pilares en transiciones democráticas de los setentas— por la emergencia de formaciones anti clase política, como el Movimiento de las Cinco Estrellas en Italia, Syriza en Grecia, Podemos y Ciudadanos en España, así como el avance de las derechas radicales y xenófobas en Austria con Hofer (FPÖ), Le Pen en Francia y Alternativa para Alemania (AfD). En este conjunto parece haber un común denominador: insatisfacción económica y tensiones por la migración, exacerbadas por las recientes crisis de refugiados.

El detonante del proceso en curso fue la quiebra del sistema financiero internacional en 2008, de la que la economía mundial aún sufre daños. Ese desastre demostró los límites del modelo y expandió las desigualdades entre ganadores y perdedores. Cuando estos últimos toman contacto con un liderazgo populista, que logra articular demandas, miedos e irritaciones diversas se convierten en una fuerza política incontenible.

El mundo ha visto varias veces esta convergencia de factores que provocaron cambios políticos profundos y gigantescas carnicerías: la gran fiesta de liberalismo mundial con su Belle Époque, a caballo entre los Siglos XIX y XX, culminó con la Primera Guerra Mundial (1914-1918), de sus contrahechuras surgió el fascismo Italiano, el fracaso de la República de Weimar (Alemania) y el empoderamiento del nazismo, responsables a su vez de la Segunda Guerra Mundial.

Estas terribles experiencias conviene tenerlas presentes ahora que la historia recomienza. No asistimos al final de un proceso electoral en EU. Es la eclosión de un cambio epocal en toda regla.

Analista político.

@L_FBravo Mena

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