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El lunes pasado, falleció un gran mexicano: Juan Luis Álvarez Gayou Jurgenson. Hace un mes cumplió 77 años y colocó en su muro de Facebook un gracias, gracias, gracias, en respuesta a los cientos de felicitaciones.
Álvares Gayou, médico psiquiatra de la UNAM, eligió, desde los años setenta, el que iba a ser el tema central para el resto de la vida: la sexualidad en México. Su tarea: romper mitos, atavismos y tabúes desde la ciencia. Fundó en 1979 el Instituto Mexicano de Sexología (Imesex) con fines de docencia e investigación.
Conocí a Juan Luis en 1984 en la Facultad de Derecho de la UNAM en un seminario sobre Sexualidad y Derecho. El Ius Semper estuvo abarrotado y el doctor Álvarez Gayou logró que los jóvenes sintieran confianza para plantear infinidad de preguntas, las cuales fueron respondidas sin rodeos y con la actitud de un verdadero maestro. Y Juan Luis fue eso, un maestro, mentor de muchos que hoy sienten el desamparo de su partida.
Después de aquel primer encuentro, me tocó apoyarlo en el Imesex en algunos talleres en los que era necesario precisar conceptos jurídicos y mostrar los prejuicios del legislador implícitos en las normas, así como la no neutralidad del Derecho en los temas de género. Me gustaba acompañarlo en la clase, pero me aportaba aún más la conversación posterior en la terraza de la sede en la Colonia Roma.
Recurrí a Juan Luis cuando se tomaron las medidas de avanzada durante el gobierno de Marcelo Ebrard. En 2009, a unos días de que se comenzara a instrumentar el matrimonio entre personas del mismo sexo, se concentraron los 51 jueces del Registro Civil en la Escuela de Administración Pública. Se trataba de prevenir cualquier acto de discriminación y también de resolver las dudas que los servidores públicos tuvieran. Comenzó por hacer un diagnóstico de los prejuicios que pudieran tener los jueces considerando su edad y sexo y a partir de los resultados obtenidos, de manera muy puntual abordó, con la ecuanimidad y el profesionalismo que lo caracterizaba, cada uno de los puntos que consideró indispensable reforzar.
Juan Luis también aportó sus conocimientos cuando vino la reforma de reasignación de sexo genérica. Él insistió, y nosotros tomamos en cuenta su punto de vista, en que el trámite no debía ser administrativo sino jurisdiccional y que un cambio de sexo debía ser necesariamente valorado y acompañado por especialistas. Le había tocado en su consultorio conocer de diversos casos y sabía de la complejidad del proceso.
El último encuentro que tuve con él fue en la Cámara de Diputados, cuando se estaba dando la discusión de la Ley General de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes. Juan Luis estuvo aportando argumentos respecto del artículo que preveía la educación sexual en las escuelas, mismo que permaneció y fue después validado por la SCJN. Sobre este tema, Paidós editó su libro: Educación de la Sexualidad ¿en la casa o en la escuela?
Aprovechó que sus alumnos venían de todo el país para ir conformando una base de datos que permitiera conocer más sobre la sexualidad en México para evitar trabajar siempre con el referente de las investigaciones hechas en Estados Unidos o Europa.
Sus preocupaciones recientes estuvieron centradas en los feminicidios y en el indignante caso Perelló.
Logró multiplicarse a través de las personas que formó en las últimas cuatro décadas y aunque nos deja sus libros y su recuerdo, su ausencia pesa.
He leído condolencias de la gente a la que ayudó a encontrar su lugar en la vida. A sentirse bien consigo mismos. Me pagan por darles permiso, me decía. Contribuyó a reformular conceptos en la teoría y a vivir sin culpas en la práctica.
Un hombre siempre ecuánime, siempre abierto, siempre dispuesto a escuchar. Descanse en paz.
Directora de Derechos Humanos de la SCJN