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En unos días habrá de celebrarse el Día Internacional de la Mujer, fecha que tiene como propósito hacer un recuento de los avances que se han tenido en materia de igualdad. No es un día para regalar flores, recuerdan con un hagstag algunos grupos feministas.
Para este ocho de marzo, a nivel mundial existe la convocatoria a un paro y en México, adicionalmente, habrá una marcha. Ya se registra mucha actividad en las redes sociales para hacer conciencia de la importancia de visibilizar el trabajo cotidiano de las mujeres y los obstáculos que enfrentamos por el sólo hecho de ser mujeres al tener asignado un rol social que hasta ahora ha impedido que se rompa lo que se ha denominado el techo de cristal en muchos ámbitos de la vida pública.
Además del techo de cristal, recientemente escuché hablar del “piso pegajoso” que impide a las mujeres desprenderse —sin culpas— de una serie de atavismos que las frenan para intentar otras formas de desarrollo.
Habrá quienes siguen creyendo que las mujeres exageramos y que es mucho lo que se nos ha “permitido” avanzar en el camino de la igualdad; sin embargo, mediciones en distintos ámbitos demuestran que lo que impide un ascenso y mayor proyección de las mujeres en sus diferentes trabajos, es la responsabilidad que recae de manera casi absoluta en ellas de las labores de cuidado y, en general, del trabajo doméstico.
La mayoría de las mujeres, para cumplir con ambas funciones, necesitan del apoyo de otras mujeres, iniciando —cuando hay recursos— con el apoyo de las trabajadoras del hogar que, a su vez, para poder trabajar, necesitan de alguien que realice las labores de cuidado y las tareas domésticas en su propio hogar. Aunque las guarderías han tenido una función muy importante, muchas veces los horarios laborales son más amplios, por lo que se ha requerido de una red de apoyo extendida con las madres, las suegras, las cuñadas, las tías e incluso las vecinas.
Ese ser estereotipado, la suegra, ha dejado atrás la imagen de la juez implacable que sometía en juicio sumario a la nuera y se ha convertido, la mayoría de las veces, en otra aliada solidaria.
Las mujeres nos echamos la mano, nos ponemos el hombro en una fuerte y larga cadena de solidaridad. Hay más manos ayudando que pies entorpeciendo el rumbo.
El mundo sí ha cambiado, pero no lo suficiente. El porcentaje de mujeres que se ha incorporado al trabajo fuera de casa no corresponde al número de hombres que consideran su responsabilidad el ámbito doméstico y también suyo el trabajo que hay que desarrollar cotidianamente. Aunque algunos ya lo asumen, el resto se sigue escudando en el no me toca, por razones de género.
Sin duda ya se da más valor al trabajo doméstico, pero también es común seguirlo menospreciando. Las trabajadoras del hogar continúan, sin éxito hasta ahora, con la petición de ratificación por el gobierno mexicano del Convenio 189 de la OIT.
Mujeres excepcionales han hecho grandes conquistas a lo largo de la historia. Ellas han sido producto de un esfuerzo aparentemente solitario. Estaban convencidas que cualquier avance dependía de su propio esfuerzo. Superaron barreras y rompieron estereotipos en su momento y, en algunos casos, ellas mismas no valoraron o no estuvieron conscientes del esfuerzo solidario de otras mujeres y de las dificultades estructurales existentes.
En el medio rural todavía es común que sean los niños los que continúen sus estudios, no en función de capacidades sino de roles de género, y que de manera temprana, las niñas inicien las labores de cuidado abandonando la escuela.
Una visión crítica del entorno inmediato puede ser un importante avance en el contexto del 8 de marzo. Lo dicho también ayuda a explicar por qué no existe, como a menudo se sugiere, un Día Internacional del Hombre.
Directora de Derechos Humanos de la SCJN