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La cercanía de la elección en el vecino país ha despertado un interés genuino y constante en la sociedad mexicana. La más importante reunión de internacionalistas que tuvo lugar en Tijuana la semana pasada en el marco de la AMEI (Asociación Mexicana de Estudios Internacionales) aportó mucha información y evidencia de lo relevante que es el proceso. Pero, más allá de los especialistas, detecto esa inclinación, incluso en un sector de la opinión pública poco asiduo a la información política y económica que se hace preguntas cada vez más relevantes. Por supuesto, el fenómeno Trump está (por las malas razones) en el origen de ese interés que combina indignación, preocupación y una saludable inclinación a entender mejor lo que ocurre en nuestro entorno. Después de sus comentarios sobre cómo trata a las mujeres y el desmarque de buena parte del liderazgo republicano, es muy probable que la presencia de Trump en DC se limite al viejo edificio de correos (su hotel) y no llegue a ser nunca el inquilino de la Casa Blanca. Son muchas las razones para descartarlo, pero la principal es que, por tradición, los americanos tienden a aceptar que los intereses tienen representación en el Congreso y que el Presidente debe encarnar una serie de principios fundantes de la nación. Trump es un individuo moralmente dañado.
Para México, sin embargo, aunque pierda el republicano, los elementos estructurales que esta elección deja al descubierto son tres y todos son insoslayables para éste y los próximos gobiernos.
El primero es que nuestras herramientas de integración tienen una severa erosión en la opinión pública americana. Se puede argumentar (con bases sólidas) que los instrumentos comerciales no son la razón del atraso y la desigualdad y presentar cifras que acrediten los beneficios que la propia economía americana experimenta por efecto de los mismos. Empero, el TLCAN y el TPP se han convertido en conceptos políticamente tóxicos, incluso para la base del Partido Republicano, tradicionalmente favorable al libre comercio. Trump se refiere al TLCAN como el peor instrumento firmado por su país y eso, además de ser falso, es perjudicial, porque agrega a los apergaminados prejuicios de un sector muy conservador, nuevas capas de incomprensión hacia México.
Esto me lleva al segundo punto, que no es otro que la imagen de México en Estados Unidos. Resulta sintomático el que, de manera absolutamente arbitraria, un personaje como Trump haya conseguido ubicarnos en el punto de mira de la frustración de una capa importante de la sociedad americana. Esto ocurrió sin que en esa sociedad de la corrección política se elevaran voces suficientes que inhibieran ese comportamiento que resulta ultrajante e inaceptable. Pero esta espiral de la estulticia sólo se explica porque, para muchos americanos, México no es un socio comercial confiable ni un país por el que se tiene aprecio. Es duro, pero es una debilidad y en el plano de las percepciones es tan grave como en el económico puede ser la deuda externa. En ciertos límites es aceptable, pero una vez superados, se convierte en una emergencia nacional.
El tercero es la necesidad de tener un diálogo fluido con la diáspora. No me extiendo en este asunto porque el artículo llega a su fin, pero México (como bien lo explica Tonatiuh Guillén) debe enfrentar esa nueva realidad de ser un país con una identidad binacional. Aunque se diera el improbable caso de que Trump ganara, los millones de compatriotas que viven en todas las condiciones posibles (desde los que tienen dos pasaportes, hasta los indocumentados) seguirán vinculados a la nación. Más vale que los gobiernos reconozcan esto y actúen en consecuencia.
Analista político.
@leonardocurzio