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Dentro de dos semanas empieza la segunda Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre el problema mundial de las drogas (UNGASS 2016). Al igual que ocurrió en la primera Sesión Especial sobre este tema que se realizó en 1998, México fue uno de los países convocantes. En aquella ocasión, el planteamiento lo hizo el presidente Zedillo, junto con la reina Silvia de Suecia y el primer ministro de Portugal Manuel de Oliveira Guterres. Esta vez la propuesta la hizo el Presidente Calderón, junto con sus homólogos Pérez Molina, de Guatemala, y Santos, de Colombia.
De entonces para acá, México pasó de ser un país eminentemente de tránsito, a uno de producción, consumo y tránsito. En efecto, han crecido las tasas de consumo, proporcionalmente más la cocaína que otras, si bien aún se consideran moderadas en comparación con el consumo en otros países. También se incrementó de manera sensible el cultivo de la amapola, esencial para la elaboración de heroína y morfina, y la producción de algunas otras sustancias sintéticas como las anfetaminas. Pero lo que más ha alarmado al mundo en estos años en relación a las drogas en nuestro país, ha sido la escalada de violencia que generó la estrategia para combatir el problema, los más de cien mil muertos y desaparecidos, aún no enteramente cuantificados, así como la corrupción imbatible que ha dejado la guerra contra las drogas que la sociedad civil, por cierto, no comprende del todo.
Y a propósito de “guerra contra las drogas”, concepto atribuido a Richard Nixon en 1971 cuando las declara “el principal enemigo de la democracia y de la libertad en los Estados Unidos”, la revista Harper’s, que sale regularmente cada mes desde 1850, acaba de publicar, en su último número, una entrevista inédita con John Ehrlichman que ayuda a esclarecer el inicio de tan absurda guerra. La entrevista la hace Dan Baum, un reconocido reportero del Wall Street Journal.
Ehrlichman fue el número dos en la Casa Blanca de Nixon y protagonista estelar en el escándalo de Watergate. Lo que cuenta es realmente impactante: “Desde la campaña de Nixon en 1968 había dos enemigos a vencer, la izquierda que se oponía a la guerra de Vietnam y los negros. Había que asociar públicamente a los hippies con la marihuana y a la gente de color con la heroína para poder criminalizarlos. Al declararle la guerra a las drogas podíamos entonces, legalmente, detener a sus líderes, efectuar redadas y cateos, intimidarlos, difamarlos en los noticieros de la noche… ¿sabíamos que estábamos mintiendo al respecto? por supuesto que sí”, concluye la entrevista. Pues ese y no otro parece ser el verdadero origen de la guerra contra las drogas. Es la expresión de mayor cinismo político que puede haber. ¿Usted que piensa?
Por supuesto que todas las drogas, lícitas e ilícitas, son potencialmente dañinas para la salud de quienes las consumen. Sin embargo, la ciencia nos muestra que ese daño varía según el tipo de droga, la frecuencia con la que se use, las dosis y las características propias del usuario y de su entorno. El gran rechazo social a las drogas, a lo que más le tememos, es sobre todo al resultado de los efectos que genera la prohibición (la violencia, el crimen organizado, el narcotráfico, el lavado de dinero, etc.) más que al consumo de las drogas como tal.
La Asamblea de 1998 llevó como lema “Por un mundo sin drogas, ¿Cómo podemos lograrlo?”. Diez años después, en Viena, se revisaron los avances de aquel Plan de Acción, que resultó ser más un listado de buenos propósitos que de avances efectivos. Portugal, no obstante, dio continuidad a su proyecto nacional (lo cual no ocurrió en México), y hoy tiene una legislación moderna, que ha descriminalizado a los usuarios de todas las drogas y los ha turnado al sistema de salud mediante un esquema de tribunales sanitarios que funciona razonablemente bien. Sus tasas de incidencia en el consumo (los nuevos casos), no son mayores a las de países con políticas prohibicionistas.
La siguiente Asamblea sería hasta 2019, pero se adelantó a instancia de los mandatarios mencionados en la Cumbre de las Américas de Cartagena. El Presidente Juan Manuel Santos en Colombia también ha sido congruente con su postura internacional. Acaba de legalizar, por decreto, el uso medicinal de marihuana en su país. “Después de 40 años de una guerra que no ganas y en la que pierdes mucho, parece sensato revisar la estrategia y pensar en otras opciones que puedan ser más efectivas”, dijo en una entrevista reciente a la BBC.
UNGASS 2016 llega en un contexto internacional distinto, empezando por la realidad norteamericana, con 23 estados que ya aprobaron la marihuana para uso medicinal, cuatro más (incluida la capital) que la han autorizado para uso recreativo, y con elecciones en puerta en por lo menos otros cinco estados , dos de ellos fronterizos con México: California y Arizona. Además, algunos otros países como Canadá y Suiza, han avanzado en el tratamiento de adicciones más graves, como la de la heroína, con medicamentos elaborados con base en la misma droga. Sus resultados preliminares son promisorios. En México, en alguna época, en la Secretaría de Salud, tratábamos con metadona a los adictos a heroína, y era una buena opción para muchos de esos pacientes. Su alternativa era ir a parar en la cárcel. Pienso que la liberación del uso de drogas controladas con fines medicinales y de investigación, puede ser un punto de convergencia de la Asamblea. Algo se señala al respecto, aunque vagamente, en la versión disponible del borrador de la Declaración final. Vamos a ver.
La participación de México en esta Sesión Especial de la ONU será modesta, aunque no faltará la retórica declarativa que suele acompañarnos a estos eventos. En realidad, no tenemos mucho que ofrecer, salvo la tesis del Ministro Zaldívar en la Suprema Corte de Justicia en relación al consumo personal de marihuana y el derecho constitucional al libre desarrollo de la personalidad. En menor escala, quizá también la iniciativa de ley que presentó el Jefe de Gobierno de la Ciudad para el uso medicinal de la cannabis, y el debate convocado por el Senado Mexicano sobre esos mismos temas, aunque el período ordinario de sesiones se agota y aún no se ven señales claras de avances legislativos al respecto. Desafortunadamente, en la experiencia mexicana de estos años lo que destaca, junto con los muertos y los desaparecidos, son las decenas de miles de personas (muchos jóvenes y mujeres) encarceladas por el delito de “posesión” de drogas, señaladamente de marihuana.
Ni los funcionarios de Naciones Unidas ni los mandatarios que se reunirán en Nueva York próximamente, pueden seguir soñando en un mundo sin drogas, aunque esta sea una postura políticamente inmaculada. Hay que partir de un principio más realista. Los seres humanos, a lo largo de nuestra historia, hemos buscado substancias que sean capaces de alterar nuestra conciencia y producir sensaciones placenteras. Es tan poderoso este impulso, que por supuesto que habrá siempre un número considerable de usuarios, los cuales, vistos en la perspectiva actual, conforman un gran mercado de escala global.
La clave del éxito de UNGASS radica, a mi juicio, en que los dirigentes mundiales que asistan a la Asamblea, asuman la responsabilidad de sentar las bases de un sistema de control global de las drogas más humano y eficaz, con una visión cultural más amplia y una perspectiva integral de la salud como eje del bienestar y del desarrollo.
Ex Presidente del Consejo de la Universidad de las Naciones Unidas