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Con el inicio del año resurgirán, formalmente, los debates sobre la compleja y muy antigua relación que existe entre la marihuana y la sociedad. Hasta hace poco, este debate estaba limitado a espacios académicos, a ciertos foros internacionales y a otros promovidos sobre todo por organizaciones sociales interesadas fundamentalmente en los efectos psicotrópicos de la yerba.
De manera conjunta, el Senado de la República y la Cámara de Diputados han hecho pública la convocatoria a un proceso de debate que arranca el próximo 24 de enero. El programa propuesto está bien estructurado. Incluye once ejes temáticos que van desde la autoproducción y los derechos humanos, hasta su relación con la seguridad pública y el sistema penitenciario, pasando por supuesto por los efectos en la salud pública, su uso medicinal y el tratamiento de las adicciones, entre otros. Mediante un ejercicio de audiencias y participación ciudadana se intentará avanzar en el diseño de una política pública para la regulación de la marihuana. Me parece que se trata de una iniciativa oportuna y bienvenida.
Tengo entendido que el Gobierno Federal hará su propios Foros. También podían haberse sumado al proyecto del Congreso el cual se aprobó con el beneplácito de todos los partidos políticos. Sin embargo, no fue así. Sus razones tendrán. En todo caso, el debate de las ideas siempre enriquece. Subrayo aquello “de las ideas” porque en cualquier debate, y este no es la excepción, importa más el contenido de lo que se dice, es decir, las ideas que se esgrimen, que quien las expresa. Por supuesto, no deja de ser importante quien las dice, porque como lo afirma Fernando Savater, el gran defensor de la pluralidad, todas las personas son respetables pero no todas las opiniones lo son. Hay de todo, y algunas son francamente absurdas.
El tema de la cannabis para uso medicinal debe ser, a mi juicio, prioritario. No que los demás temas no lo sean, es sólo que este suscita menos controversia. Hasta ahora, no se ha escuchado ninguna voz en contra de la propuesta hecha hace algunas semanas por el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Se trata de una propuesta pragmática que implica modificar un par de artículos a la Ley General de Salud para que pueda haber en el mercado nacional medicamentos derivados de la cannabis, disponibles sólo bajo prescripción médica. No se mete con el tema de la producción, que es mucho más espinoso. La experiencia con la disponibilidad de los opiáceos muestra que en México sí estamos preparados para manejar adecuadamente estos medicamentos. Se trata de que los pacientes que lo requieran no tengan que ir a ampararse ante un juez para importar la medicina.
Las indicaciones para el uso de estos fármacos cannabinoides no son muchas, pero en los pacientes que no responden a los tratamientos convencionales, pueden ser la gran diferencia. El caso de la niña Grace en nuestro país, que llegó a tener hasta 400 crisis convulsivas al día, prendió los focos rojos. Martín Santos Pérez, juez Tercero de Distrito en Materia Administrativa, diligente y valiente, le concedió el amparo a sus padres, a pesar de la impugnación del Ministerio Público Federal. La Secretaría de Salud tuvo que ceder. La mejoría de la menor ha sido notable, según ha informado uno de sus médicos, Gady Zabicky. Lo más razonable sería abrir el espacio para la cannabis de uso médico en el corto plazo, y no necesariamente mezclarlo con todo lo demás. Varios países así lo han hecho y les ha funcionado bien.
En las sociedades abiertas y democráticas, debates como el que se aproxima, son comunes y han mostrado sus bondades más allá de los desenlaces puntuales. Los ciudadanos aprenden a disentir como parte de sus libertades y lo hacen con naturalidad, pero también aprenden a coincidir, cuando la razón prevalece. Disentir y coincidir son parte esencial de esa normalidad democrática que no acaba de instalarse aún con plenitud en el país. Un buen debate le va a venir bien a México, le va a dar credibilidad al Congreso, y seguramente nos permitirá construir una política pública en la materia, más moderna, con mayor sustento científico y, en todo caso, mejor de la que tenemos. Para la sociedad en general, también será interesante seguir el debate a través de los medios de comunicación, más allá de que estos tengan o no una posición definida sobre el tema. Compartir espacios con quien difiere de uno puede ser una gran experiencia, enriquecedora, estimulante e incluso divertida.
Yo le apuesto al debate de las ideas como una de las mejores formas de convivencia en la pluralidad democrática. La experiencia universitaria en estos menesteres es fundamental y los saldos están a la vista. Que venga el debate y que expanda nuestros horizontes.
Ex Rector de la UNAM