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Aún cuando las últimas encuestas muestran que, las preferencias electorales en los Estados Unidos están bastante divididas, no tengo dudas que Hillary es la mejor opción, no sólo para ese país, sino para el mundo entero, incluyéndonos, por supuesto.
Conocí a Hillary Clinton en Febrero de 1999, en Mérida, Yucatán, cuando era Secretario de Salud en el gobierno del Presidente Zedillo. Venía acompañando a su esposo, el Presidente Clinton. La había saludado en Washington en algún evento protocolario, pero nunca habíamos tenido ocasión de platicar. Donna Shalala, la dinámica Secretaria de Salud de Clinton me había hablado de ella. Es una graduada de Yale, muy inteligente, me decía cada vez que su nombre, por alguna razón, salía a relucir. Debes conocerla.
Y pues, eventualmente, la conocí. Tuve oportunidad de conversar con ella un buen rato, precisamente ahí, en una hacienda yucateca, que los tenía cautivados a ambos. ¿A quién no? Me contó que antes de Yale se había educado en Wellesley College, una institución de gran prestigio cerca de Boston, que yo conocía por referencias de mi madre, que había impartido ahí algunas conferencias. Así que mi conversación con ella versó sobre sus estudios colegiales y su interés en las llamadas artes liberales y las humanidades. Sus credenciales académicas eran impecables.
En aquel entonces no imaginé que en un futuro sería Presidenta de los Estados Unidos. Bueno, aún no lo es, pero ahora no sólo la imagino al frente del gobierno estadounidense, sino que deseo —por el bien del planeta y de las especies que lo habitamos— que gane el 8 de noviembre con un amplio margen y que llegue puntualmente a prestar juramento el 20 de enero del próximo año. La alternativa puede ser terrible.
Seguí de cerca las Convenciones Republicana y Demócrata. Me ocuparé poco de la primera. Me pareció una gran pantomima. Aunque, a decir verdad, ambas hicieron honor a la sociedad del espectáculo, en la mejor tradición a la que se refiere Guy Debord: todo es una mera representación. En efecto, pienso que, la política es cada vez más actuación que contenido, sobre todo en tiempos electorales, y los norteamericanos, en eso, se pintan solos. Pero me preocupó el entusiasmo que es capaz de suscitar Trump, en una corte de acólitos mucho mayor de lo que pensaba. Me queda la impresión que conecta bien con sectores que son, por naturaleza, manipulables, o sea, con un nivel de escolaridad limitado, dogmáticos, excluyentes y con frecuencia, también intolerantes. Si Trump llega a ganar nada importa, porque es capaz de acabar con el mundo, me dijo con ironía hace poco un buen amigo del Aspen Institute. Pienso y espero que esto no ocurra, pero no es imposible.
La Convención Demócrata, por el contrario, me pareció más real. Los discursos de Michelle Obama y Bill Clinton no tienen desperdicio. Cada uno en su estilo, desde su perspectiva, tuvieron un común denominador, aún cuando haya sido momentáneo: humanizaron la política. En efecto, la hicieron creíble, al menos por un rato. Hablaron, la primera, de sus hijos; el segundo, de su esposa. Y a partir de su circunstancia personal construyeron discursos que no se escuchan con frecuencia. Mis hijas juegan en el jardín de una casa que fue edificada por esclavos de color decía Michelle, con la fuerza que da el testimonio inobjetable, la biografía de carne y hueso de una mujer afroamericana graduada en Princeton. Lo que hace la educación.
Mi esposa no sabe darse por vencida, regresa siempre con una solución, sabe resolver los problemas y eso es lo que realmente cambia las cosas. Ella sabe afrontar los retos y cambiar las cosas que no funcionan. Ustedes escojan: Hillary es de verdad, Trump es una caricatura, decía Bill Clinton, el mejor político que he conocido. Habló más como el esposo en una pareja que ha decidido y ha sabido mantener su relación desde hace más de 4 décadas, a pesar de todo, que no ha sido poco. Pero lo político, a Clinton, no se lo quita nadie. Conserva su carisma natural, fuera de serie.
En 2007 cuando Gabriel García Márquez cumplió 80 años, fuimos invitados con un grupo de amigos a celebrarlo en Cartagena de Indias, en el marco del IV Congreso Internacional de la Lengua. En solemne sesión, con la presencia del Presidente Álvaro Uribe y del Rey de España, cuando Carlos Fuentes estaba por iniciar su espléndida conferencia en honor a su querido amigo apareció, de pronto, impecable, Bill Clinton. Subió al estrado. Ovación estruendosa. Cuando saludó a Gabo, súbitamente le colocó, sin que nadie se percatara a qué hora ni cómo, un botón en la solapa de su saco blanco con la foto de su esposa y la leyenda: “Hillary for President”. ¿Puede haber alguien políticamente más astuto?
Esa noche Fuentes nos platicó cuando fueron a cenar con Clinton a casa de William Styron en Martha’s Vineyard. Creo que también asistió a la cena el ex Canciller Bernardo Sepúlveda. Fue Clinton quien convirtió la noche en una tertulia literaria, al compartir sus impresiones con los comensales sobre la obra de William Faulkner. Pero lo verdaderamente sorprendente fue lo que siguió: Clinton le preguntaba a García Márquez, a propósito de El general en su laberinto, si en verdad Simón Bolívar la había pasado tan mal. Les confesó, además, que leía poesía cada que podía y que a Chelsea, su hija, también le había gustado mucho Aura, la novela de Fuentes que, en nuestro país, le pareció obscena a un funcionario del gobierno foxista. Por cierto, Clinton también se graduó en Yale; de hecho, ahí se enamoró de Hillary en 1971, y justamente a partir de ese encuentro, hace 46 años, elaboró su discurso en la Convención.
El año pasado, invitado por la Universidad del Valle de México, vino Bill Clinton a participar en un panel sobre educación, al que también asistieron el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Luis Alberto Moreno, y Doug Becker, presidente de Laureate Education. Fui invitado a moderarlo. Por supuesto, no hubo el menor asomo de censura. Le pregunté lo que quise. El Servicio Secreto que lo escoltaba fue cordial y discreto. Mucho más que los guaruras locales, cuya prepotencia es insoportable. Hablamos sobre el narcotráfico, el medio ambiente, las energías renovables, la educación del futuro e, inevitablemente, le pregunté sobre su afición por la literatura, y porqué pensaba él que era importante que un político dedicara tiempo a leer poesía. Nada mejor para tratar de entender a la naturaleza humana, me contestó, con natural convicción. Como diciendo: obvio compañero.
La candidatura de Hillary es en sí misma un paso adelante en la democracia plural, incluyente, diversa, madura, que sigue siendo la gran fortaleza de los Estados Unidos. Hillary no es Bill, tampoco pretende serlo. Ella tiene su propio estilo, su discurso, sus fortalezas y sus debilidades. Pero que una mujer esté al frente de la oficina más poderosa del mundo es un gran acontecimiento y pienso que lo hará bien.
Creo en el lado humano de la política. Le creo a Michelle Obama cuando dice que le preocupa el futuro de sus hijas; le creo a Bernie Sanders, cuyas propuestas hicieron posible una plataforma demócrata más progresista; le creo a su compañero de fórmula Tim Kaine, que después de haber sido gobernador sigue viviendo en la misma casa ¿se imaginan?, y le creo a Bill, que piensa que la poesía ayuda a los políticos a entender mejor los conflictos humanos. Creo en suma que, como se ha esgrimido con contundencia, Hillary es la mejor calificada para el puesto.
En su discurso anoche mostró no sólo que, en efecto, está muy bien preparada, sino que, además, tiene el carácter y la determinación para ejercer un liderazgo que es de una enorme complejidad. Tiene planteamientos concretos para los grandes temas: los beneficios de la economía que no llegan a las clases medias porque se quedan en el 1% de la población con mayores ingresos; las altas colegiaturas en las universidades que endeudan a los estudiantes por años; la escalada de violencia porque tienen acceso a las armas quienes no deberían tenerlo; la importancia de la ciencia para controlar el deterioro ambiental y generar nuevas energías y, lo más importante que es reconocer que la fortaleza de los Estados Unidos está precisamente en su diversidad, en su pluralismo étnico y religioso, en su tolerancia hacia las diferencias y, en el hecho mismo de que su candidatura y eventual victoria, harán de la equidad de género una realidad mucho más tangible. Hillary debe ser Presidenta.
Ex Secretario de Salud