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Nadie se sintió aludido por los mensajes de Francisco. Lo que importaba era salir en la foto para capitalizar políticamente la estancia del Papa. Incluso, líderes del PRI dicen que el mensaje papal coincide totalmente con el ideario de Peña. El Estado laico perdió terreno. Pero bien sabemos que la calurosa recepción a Francisco se debe más a su investidura que a sus ideas o incluso su personalidad. ¿Le importa ahora a alguien lo que diga o piense Benedicto XVI? Y bien podríamos preguntar dónde está hoy el próximo pontífice, que será nombrado cuando Francisco renuncie o fallezca. Es ahora un oscuro cardenal en alguna parte del mundo, cuyas ideas y escritos probablemente no importan a nadie (si acaso a un reducido grupo). Pero cuando le toque ser investido Papa, será recibido en muchos países como lo fue Francisco en México, y sus ideas entonces sí serán propagadas urbe et orbi. Su personalidad no será relevante; podrá ser serio, hosco, simpático o cariñoso. No importa, será el Papa.
¿De dónde viene la investidura? Formalmente, del proceso de cónclave, de corte oligárquico, donde los cardenales se ponen de acuerdo y pactan votos en uno u otro sentido. Antiguamente el proceso involucraba la burda compra de votos, así como promesas de cargos y canonjías a quienes cedieran su favor por uno u otro aspirante. Pero metafísica y doctrinalmente, se asume que es el Espíritu Santo quien indica a los miembros del cónclave cuál es el mejor aspirante, y de ahí que los atributos de Jesús sean transferidos al elegido. De hecho, hay una anécdota que muy bien refleja esa creencia en los albores de la Iglesia. En 236 había que elegir nuevo obispo de Roma, y según narra el obispo Eusebio de Cesarea: “Hallándose todos los hermanos reunidos para elegir al que había de recibir en sucesión el episcopado y siendo numerosísimos los varones ilustres y célebres que estaban en la mente de muchos, a nadie se le ocurrió Fabiano, allí presente. Sin embargo, de pronto… una paloma en lo alto se posó sobre su cabeza, imitando manifiestamente el descendimiento del Espíritu Santo en figura de paloma sobre el Salvador. Ante ese hecho, todo el pueblo, como movido por un único espíritu divino, se puso a gritar con todo entusiasmo y unánimemente que éste era digno, y sin más tardar lo tomaron y lo colocaron sobre el trono del episcopado”. Fabiano, el nuevo Papa, era un campesino que se hallaba ahí por casualidad, pues no vivía en Roma.
Durante el periodo llamado, no por casualidad, “pornocracia” (el gobierno de las prostitutas), la amante del papa Sergio III, Marozia, logró influir para que el hijo de ambos lo sucediera en el trono de san Pedro. Seguramente también Marozia fue iluminada por el Espíritu Santo en tan sabia elección. Desde luego, para apresurar el nombramiento de su hijo, Marozia mandó envenenar a su amante, el Papa. El joven pontífice, de 21 años, adoptó el nombre de Juan X (931-935). Pero su hermanastro, Alberico, conjuró en su contra y lo derrocó. Tras nombrar otros pontífices, Alberico logró colocar a su hijo Octaviano, de 17 años de edad, como Papa. Éste aprovechó su investidura para organizar juergas y orgías. Su palacio era conocido como “El Burdel” —reunía prostitutas y efebos (a uno de 10 años lo nombró obispo)— y el joven pontífice fue llamado el “Papa Fornicario”. Apostaba las riquezas del papado, invocando a Satán. Algunos príncipes intentaron deponerlo, pero no pudieron, y el Papa se vengó de manera cruel, cortando orejas, narices y lenguas, sacándoles los ojos o degollándolos. Murió a manos de un esposo engañado que lo encontró con su mujer. Fue aventado por la ventana de la alcoba y murió. El esposo engañado, por lo visto no tenía mayor respeto por la investidura pontifical. En los anales eclesiásticos el joven Papa sigue siendo llamado “Su Santidad”. ¡Es la investidura lo que cuenta! Al parecer, el Espíritu Santo andaba un poco perdido al hacer sus designaciones papales.
Profesor del CIDE
Facebook: José Antonio Crespo Mendoza