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A muchos, el estilo personal y la forma de expresarse de El Bronco les recuerda a Vicente Fox (entre tepocatas y garrapatas te veas). Ojalá que el parecido quede sólo en eso. Pero podría ir más allá. Ambos llegaron con respaldo empresarial (un “gobierno de empresarios”, definió Fox al suyo). Fox recomendó no leer periódicos, y la lectura favorita del Bronco es El Libro Vaquero. Fox manejó como el eje de su campaña cambiar a fondo el sistema político, combatir seriamente la corrupción y poner fin a la impunidad (ofreció llamar a cuentas al “Salinillas”, a quien en cambio le despejó el terreno para su retorno del exilio político, y se alió con él contra AMLO). El Bronco también tuvo como estandarte electoral el combate a la corrupción a partir de los escándalos del gobernador saliente, Rodrigo Medina.
En 2000 la gran esperanza estaba en la alternancia partidista. No sirvió de gran cosa en lo que hace a la corrupción y la impunidad. Fox recién declaró que los independientes son producto del hartazgo. Desde luego, pero su gobierno contribuyó en no poco a generarlo (así como una gran desilusión). En 2010 se generó una nueva expectativa a nivel estatal, en torno a los gobiernos surgidos de una coalición PAN-PRD en varios estados (Oaxaca, Puebla, Sinaloa). También han sido decepcionantes. El PAN y el PRD no sólo no han combatido la corrupción; le entraron a ella. Y la impunidad tampoco acabó. Por todo eso, al menos los regios no creyeron más en una nueva alternancia partidista y apostaron a un candidato sin partido.
Quizá la mayor diferencia entre el Bronco y Fox sea menos de personalidades y más de circunstancias políticas; mientras Fox dio por terminada su misión al sacar al PRI de Los Pinos (es decir, el mismo día que tomó posesión, aunque en realidad se trataba de hacer desde ahí lo que el PRI nunca quiso hacer), El Bronco necesita distinguirse realmente de los partidos (que hasta ahora se han cubierto la espalda mutuamente en materia de corrupción). Eso, si quiere proyectarse eficazmente para la Presidencia (como se asume que intentará). Si El Bronco defrauda en ello a sus electores, difícilmente llegará con credenciales suficientes para competir por “la grande” en 2018. Y habrá contribuido a una nueva decepción política, ahora respecto de los candidatos apartidistas.
El PRI se queja de que El Bronco podría realizar una “cacería de brujas” (los pretextos a la impunidad no han cambiado). Más bien, sería un ejercicio de auténtica “rendición de cuentas”, elemento sin el cual no hay democracia real. El PRI, si tiene temor de los apartidistas, debiera también llamar a cuentas a quienes incurrieron en corrupción en los estados que ha recuperado (como Sonora y Guerrero). Y otro tanto deberían hacer los demás partidos que alcanzaron algún cargo de gobierno, estatal o municipal.
En Nuevo León está también por verse cómo será la relación entre un Ejecutivo estatal apartidista y un Congreso local en el que no tendrá presencia formal. Eso conlleva el riesgo de parálisis y confrontación entre los dos poderes, o bien que el gobernador termine por pactar con un partido para tener suficiente respaldo en el Congreso, en cuyo caso la presunta independencia respecto de los partidos quedaría en mero formulismo. El de Nuevo León es pues un primer experimento con esta figura, que puede salir bien o mal. Antes de 2000, varios ciudadanos de los estados donde ya se había registrado una alternancia a nivel local (Baja California, Guanajuato, Chihuahua) advertían que en sus estados el cambio de partido en realidad no se había traducido en algo positivo y palpable. Quisimos como quiera probar una alternancia a nivel federal y, en efecto, ocurrió lo mismo que en aquellos estados; nada decisivo.
Por lo pronto, ya empiezan a ventilarse historias de corrupción del Bronco durante su paso por la política a lo largo de 30 años, así como conflictos de interés con algunos de sus secretarios. A ver si El Bronco —y la figura de apartidismo que enarbola— no representa un nuevo fiasco, como claramente lo fueron Fox y su alternancia.
Profesor del CIDE