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Algunas críticas se le han hecho a Enrique Peña Nieto por atribuir la corrupción a la naturaleza humana y su intención de domeñarla. Depende de lo que se entienda por domeñar; si se trata de transformar, entonces suena a utopía, pero si es meramente contener, entonces sí es posible hacerlo institucionalmente. Antes se le había criticado a Peña por atribuir la corrupción a la cultura mexicana, pues parecía justificarla y resignarse a vivir con ella. Creo que la corrupción tiene mucho que ver con la naturaleza humana pero también con la cultura, cuando un pueblo tiende a tolerarla y hasta justificarla, como ha sido nuestro caso. Pero algunas doctrinas políticas han pretendido transformar la naturaleza humana a partir de ciertos arreglos económicos, sociales o políticos. En ello cayó el socialismo utópico (y también el marxismo, por cierto) con el concepto de “hombre nuevo”, que estaría ya libre de egoísmo y enajenación. El realismo político y económico, en cambio, considera imposible superar la naturaleza egoísta del ser humano (al menos masivamente), por lo que recomienda adaptar las instituciones económicas y políticas para lidiar con ella, generando incentivos a conductas socialmente benéficas y desincentivos a la corrupción, la explotación y el abuso de poder.
Justo la democracia moderna parte de la idea de que es la división de poderes, la competencia política y la vigilancia mutua de los actores políticos y sociales lo que puede contener el abuso. Basta con sancionarlo eficazmente (administrativa, política o legalmente) para que quienes detenten poder se refrenen de abusar de él, no por consideraciones éticas, sino por propia conveniencia. Pero para que eso funcione, es necesario que el castigo respectivo se aplique de manera sistemática y con criterios universalistas (aunque dicha aplicación diste de ser perfecta). Es decir, que se termine con la impunidad. En esa medida, los incentivos para incurrir en abusos y corrupción tenderán a disminuir.
A partir de eso se pensó en México que la pluralidad política y la competencia electoral (que daría lugar a la alternancia interpartidista) contribuirían eficazmente a terminar con la impunidad y reducir eficazmente la corrupción. Si no se tiene certeza de qué partido remplazará al gobernante en turno, éste tenderá a contener su propensión a la corrupción y los privilegios. Los partidos que compiten entre sí tienen en principio incentivos para denunciar y castigar la corrupción de los rivales. Pero aquí, tras dos décadas de alternancias, nos hemos quedado en la denuncia, eludiendo el castigo. Parece haber un pacto implícito entre los partidos de no meterse con los corruptos de uno y otro lado, y cuidarse las espaldas mutuamente para no sentar precedentes que lleven a ser uno mismo llamado a cuentas después. Por lo cual el pluralismo político no se ha traducido en el fin de la impunidad, sino en la socialización y la extensión de la corrupción. Todos los partidos le entran cuando tienen ocasión, con probabilidades mínimas de ser llamados a cuentas.
El castigo electoral (a través de la alternancia) es aceptado y tolerado por los partidos, siempre y cuando no se traduzca en el fin de la impunidad ni de los privilegios compartidos por todos ellos. La alternancia no es un fin en sí mismo, sino un medio, pero se le ha visto más como lo primero. Fox celebró la alternancia como su misión histórica, cuando de lo que se trataba era que desde el poder hiciera lo que el PRI no había querido en materia de corrupción e impunidad. Tuvimos pues una alternancia federal con el PAN, y tras doce años de renovada impunidad (y corrupción), regresó el PRI de siempre. Se sanciona a un partido corrupto premiando a otro partido corrupto, sin que haya sanciones de por medio. El “voto de castigo” se convierte así en un voto de “autocastigo”. De modo que mientras no se rompa el círculo vicioso de la impunidad y la corrupción, la alternancia será un mero juego de espejos, una rotación gatopardista de élites corruptas e impunes. Lo que no hemos logrado aún es romper ese círculo vicioso, ni tenemos claro cómo.
Profesor del CIDE.
@JACrespo1