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Entre males mayores ¿y menores? Como ocurrió con la exportación desde Estados Unidos —a todo el mundo democrático— de los debates televisados entre candidatos a gobernar sus países, hoy está en proceso de expansión global otro producto —esta vez descompuesto— de la comunicación política. Porque ahora parecería haber condiciones nacionales y regionales que dejan ver los próximos procesos electorales de buena parte del planeta, México incluido, como contagiados por el síndrome destructivo de la democracia que en esta temporada afecta al todavía influyente vecino.
Y es que los debates sostenidos por Donald Trump y Hillary Clinton parecerían invitar a los electores a optar por el menos mal preparado y el menos diabólico de los demonios, de acuerdo a un principio muy socorrido por el pragmatismo estadounidense (lesser evil principle) que recomienda, ante opciones desagradables, elegir la menos nociva. Escoger entre males, le decimos en español. Y, a cuatro semanas escasas de la jornada electoral, a juzgar por dos encuestas dadas a conocer el lunes, la de NBC News, y la de The Wall Street Journal, así lo está decidiendo una mayoría creciente de votantes de Estados Unidos, con la recuperación de dos dígitos de distancia de Clinton sobre Trump en intención de voto.
Pero si bien ésta es una buena (o menos mala noticia) no lo es tanto la de que control del Congreso pasaría al Partido Demócrata en una proporción de 49 contra 42%, con un previsible perfil de proteccionismo comercial del que no es ajeno su candidata presidencial. Con la telegrafiada supresión de los logros de nuestro país en la negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, se afectarían las exportaciones y los empleos en México, agregando complicaciones a nuestra economía.
Mexicanos al grito de Hillary. Más allá de los probables móviles de los políticos mexicanos públicamente alineados a favor (o esperando el favor) de la candidata demócrata: lo mismo un Ebrard pejista que una Margarita panista que un priísta Beltrones, tendríamos que mantenernos en estado de alerta ante las señales que envíe a nuestro país la hoy más probable ganadora de la elección estadounidense.
Y aún en este horizonte menos malo del repunte de Hillary, no deja de preocupar el peso de los seguidores ‘deplorables’ de Trump, como los llamó la señora Clinton en una frase falta de tacto político —de la que se disculpó— pero acertada en sus términos, como lo ha escrito Ian Buruma, profesor de Democracia, Derechos Humanos y Periodismo del neoyorquino Bard College, para quien no hay duda de que los votantes atraídos por Trump —uno de cada tres, o dos de cada cinco estadounidenses, según el escenario— son en efecto deplorables en sus opiniones raciales y en sus actitudes antimexicanas.
La multiplicación de los deplorables. Un fenómeno acaso más preocupante es el de la multiplicación global de los ‘deplorables’, que está en curso de desquiciar a otros países y a regiones enteras del planeta. Pero el recomendable análisis de Buruma (http://prosyn.org/z8Dp663) no reduce el origen del atractivo que alcanzan los demagogos antisistema a la ignorancia de trabajadores blancos empobrecidos. Ya antes, un precursor del discurso antisistema como Hitler, nos dice este profesor de periodismo, atrajo por igual a grandes filósofos y sólidos académicos de otros campos.
De manera que los elementos comunes de estos liderazgos, antes y hoy —lo mismo en el Reino Unido que en Francia, Hungría u Holanda, o en México, Brasil o Colombia— son, según Buruma, el miedo ante la incertidumbre que acarrean los cambios en todos los órdenes, el resentimiento por la pérdida de estatus o de expectativas de los excluidos por esos cambios, y la desconfianza en las instituciones (y sus exponentes) de sistemas frente a los cuales el liderazgo antisistema gana adeptos con la promesa de su mayor disrupción. La sucesión presidencial mexicana en 2018 no escapará de estos riesgos ni de estos retos.
Director general del Fondo de Cultura Económica