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Superlativos. Lo que se dijeron Hillary Clinton y Donald Trump en un año —y lo que se siguen diciendo a 95 días de las urnas— parecería colocarlos, en las percepciones públicas, entre los superlativos de lo malo: lo peor frente a lo pésimo. Para México, lo malo ya ocurrió, y lo que viene —los efectos de lo malo— sólo podría ser lo peor, en un caso, o lo pésimo, en el otro.
Lo malo empezó cuando se interrumpió hace más de 20 años la estrategia desplegada por nuestro país para vencer los prejuicios antimexicanos que presidían la resistencia a la suscripción estadounidense del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). En Media Imagery and Cultural Hegemony: Mexico in the U.S. Mainstream Print Media 1985-1995, su tesis de doctorado en la prestigiada New School de Nueva York, Jorge Capetillo documenta cómo por primera vez en la historia, el gobierno mexicano, en el sexenio de Carlos Salinas, adoptó una estrategia proactiva —ya no sólo defensiva— en los medios de Estados Unidos.
En efecto, bajo la conducción del Ejecutivo, representantes del Legislativo, el empresariado, del sindicalismo y exponentes de la cultura de México, actuaron conjunta y abiertamente en los medios y el Congreso de Estados Unidos, la burocracia, el mundo de los negocios, el establishment sindical y las instituciones culturales de aquel país y lograron reducir los estereotipos racistas y contrarrestar los intereses económicos y gremiales que rechazaban la pertenencia de México a la región comercial que se trataba de fundar sobre normas de certidumbre en Norteamérica.
El paisaje. Por contra, en su libro El embajador, la periodista Dolia Estévez recoge a su vez testimonios sobre las gestiones del gobierno del presidente Zedillo para acreditar en las fiscalías y los medios estadounidenses acusaciones de ligas criminales de la clase dirigente mexicana, involucrando, entre otros, a familiares del ex presidente Salinas y al hoy político morenista Ricardo Monreal. Luego vinieron un presidente Fox que dilapidó la buena imagen de la alternancia democrática y un presidente Calderón que concentró su retórica en EU en la prédica del riesgo del regreso del PRI al poder.
En estas dos décadas ocurrieron además al otro lado traumas como el de las Torres Gemelas, en 2001, enfrentado con una estrategia xenofóbica que convenció a la sociedad estadounidense de estar a merced del ‘imperio del mal’ y de sus migrantes a Norteamérica. A ello se agregó el crack financiero de 2008, cuyos efectos catastróficos en la economía de los sectores medios fueron atribuidos a las migraciones del sur. Para completar el cuadro, la guerra de Calderón añadió de este lado pinceladas de un México en llamas, que exporta trabajadores, importa inversiones productivas y amenaza con desbordar la frontera con sus criminales.
La estrategia. De ese paisaje se nutrió el discurso antimexicano de Trump. Sus propias barbaridades, agresiones, indecencias dan para una especie de Trump por sí mismo, suficiente para dejarle a su eventual presidencia el rango de lo pésimo. Pero ante esa opción absolutamente execrable, surge la simplificación de que la opción de Clinton sería a su vez absolutamente deseable.
Héctor Aguilar Camín, en Milenio, y Enrique Krauze, en El País, lamentan que México no asuma una actitud activa ante el escenario pésimo de un triunfo de Trump. Y Raymundo Riva Palacio se lleva una tunda en redes sociales por aportar elementos que harían pensar en un escenario acaso menos maligno que el pésimo (¿el peor?) de una presidencia de Clinton. Pero para efectos de la recuperación de una estrategia nacional ante lo malo del origen: las percepciones antimexicanas exacerbadas en este trance estadounidense, la que se diseñe para los desafíos de una gestión de Clinton (lo peor) podrían adaptarse para hacer frente a Trump como presidente: sin duda, el pésimo escenario.
Director general del Fondo de Cultura Económica