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Desde semanas atrás, varios simpatizantes de la izquierda, y en particular del obradorismo, han señalado su preocupación hacia la política de “puertas abiertas” que ha practicado AMLO para recibir nuevos miembros o reclutas a su partido. Porque pareciera que basta con la mera intención de sumarse para que el pasado del aspirante se borre, sin importar su ideología previa, militancia o incluso actos de corrupción. El ejemplo más claro de ello fue la absolución que otorgó a Evaristo Hernández Cruz el año pasado, un priísta al que López Obrador había calificado de corrupto pero que fue dispensado cuando tocó las puertas de Morena. En un mitin, dijo AMLO: “(Hernández Cruz) ha tomado la decisión de sumarse a esta lucha y eso lo exonera. Todo el que está en el PRI y decide pasarse a Morena… nosotros pensamos que se le debe de perdonar… Al momento en que se sale del PRI, se limpió” (Proceso, 2/II/16). El pecado parece ser entonces no la corrupción, sino el no estar con López Obrador. El problema es que los así absueltos no necesariamente han dejado atrás sus antiguas mañas, y desde Morena pueden volver a caer en tentación. Ante lo cual, Lorenzo Meyer escribió: “(La) dirigencia (de Morena) debería ser particularmente cuidadosa en la aceptación de cuadros de otros partidos. Morena no debe repetir la triste historia de priízación de las dos grandes oposiciones fallidas; PAN y PRD, pues ello le acarrearía un gran costo moral y electoral” (Reforma, 30/III/17). Así es.
Días después, AMLO fijó un criterio de selección, pero tenía menos que ver con el pasado de los reclutas que con su futuro: “Mucha gente ve que Morena ha crecido tanto que voltean a ver al partido como una idea de los puestos y los cargos, y lo que nosotros queremos no es eso… (sino que) la gente quiera servir realmente a transformar el país” (1/IV/17). Lo que implica que quienes se han alineado a su candidatura en realidad no buscan ningún cargo, como sería Miguel Ángel Barbosa a la gubernatura de Puebla, o Zoé Robledo a la de Chiapas. Si terminan como candidatos se habría incumplido el requisito establecido por AMLO. Pero aún así, miembros de la izquierda no parecen del todo conformes con dicho método tan abierto. Luis Hernández Navarro, por ejemplo, dice respecto de Barbosa y compañía: “¿Puede la izquierda pasar por alto la trayectoria neoliberal de personajes como Miguel Barbosa y raza que lo acompaña? ¿Basta con que renuncien al PRD y se sumen a la candidatura de López Obrador a un supuesto movimiento anticasta para que se olvide su incondicionalidad hacia poderosas figuras del gobierno? ¿Esa es la vía para acabar con el pacto de impunidad que tanto daño le ha hecho al país?” (La Jornada, 4/IV/17).
En efecto, además de las mañas que muchos de ellos despliegan ya teniendo un cargo, como claramente ocurrió con Eva Cadena. El partido y su líder le dieron su aval, y suponiendo que nada sabían de sus enjuagues, de cualquier manera eso refleja que la política de “puertas abiertas” no está funcionando. Aceptan a ciegas. Así, Julio Hernández López, también desde la izquierda, escribió: “(El incidente de Eva Cadena) debería ser asumido por sus dirigentes (de Morena) como una oportuna alerta respecto de los evidentes riesgos de distorsión, infiltración y manipulación que conlleva de manera natural la demasiado laxa apertura de la joven organización lopezobradorista hacia cuadros políticos ajenos y contradictorios… el verdadero golpe a Morena y a su candidato adelantado provendrá de su propia incapacidad para la autocrítica y de una galopante incapacidad para revisar el modelo de adopción de figuras externas”. (La Jornada, 25/IV/17). Tiene razón, por lo cual la coordinadora de la diputación federal, Rocío Nahle, ofreció cambiar ese método de reclutamiento, reconociendo que el actual falló. Habrá que ver si es el caso, no sólo por congruencia, sino porque AMLO ofrece honestidad plena de su partido y sus colaboradores en caso de ganar, para así combatir con eficacia la corrupción. Como van las cosas, ese modelo anticorrupción no funcionará.
Profesor del CIDE.
@JACrespo1