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Los astros parecen irse alineando a favor de Andrés Manuel López Obrador, por lo que muchos se precipitan a dar por inevitable su triunfo en 2018. Es una posibilidad, sin duda, pero hay todavía mucho por delante. Por ejemplo, algunos personajes de izquierda buscarán su candidatura propia, lo que genera reacciones en contra por parte de Morena, al considerar que pueden quitarle a AMLO algunos puntos, que podrían ser decisivos. Está por ejemplo la intención del EZLN de lanzar una candidata propia, lo que también generó críticas por parte de los morenistas. Y que dicha candidatura podría generar divisiones dentro de las filas obradoristas lo ejemplifica la respuesta que dio a Morena un entusiasta obradorista, pero también zapatista de corazón; Luis Hernández Navarro: “Nadie tiene el monopolio de la representación política de la izquierda mexicana. Esa representación se gana día a día en la lucha. Acusar a los zapatistas y al CNI de hacerle el juego al gobierno porque pretenden participar electoralmente en 2018, al margen de los partidos políticos, es una muestra de prepotencia e intolerancia” (Jornada, 18/Oct/16).
Viene por su parte Emilio Álvarez Icaza, activista y funcionario en derechos humanos, proveniente de la izquierda social (pero que López Obrador descalifica como “filopanista”). Él y su círculo dicen no sentirse representados por ningún partido, incluyendo a Morena, por lo que proponen un movimiento formado por candidatos independientes que logren presionar a la partidocracia para que se haga más responsable políticamente frente a la ciudadanía. Algunos analistas y grupos advirtieron en su momento que Álvarez Icaza utilizaba el caso de Ayotzinapa para preparar su candidatura presidencial; ahora recuerdan que su pronóstico fue correcto. Más allá de la candidatura de Álvarez Icaza, me seduce la idea de que varios ciudadanos se presenten como abanderados no partidistas en distintos cargos de elección popular (diputados locales, federales y senadores), como opción para los electores que no se sienten representados por ningún partido actual. No se sabe cómo se llevará a cabo esa estrategia, pero no se ve sencilla (en 2015 hubo sólo 24 candidaturas independientes en los 300 distritos federales).
Finalmente, el senador perredista Miguel Barbosa adelanta una discusión que estaba pendiente en el PRD; se inclina por López Obrador pero sin abandonar su partido; sólo propone una coalición presidencial con Morena. Varios otros empiezan a apoyarlo. Más allá de sus cálculos personales o sus incongruencias, adelantó lo que de cualquier forma estaba en el horizonte cercano: la definición del PRD para 2018. Se ha hablado de una alianza con el PAN (esa no la ven incongruente ahí) o ir con candidato propio. El debate tendría que centrarse en la definición ideológica del PRD pero también, pragmáticamente, con cuál opción pierde menos (de todas formas va a perder). Si tan grave fue la propuesta de Barbosa, ¿por qué Alejandra Barrales declara que la opción obradorista no se descarta? ¿Por fin? Ese diferendo daña desde luego el PRD, pero sus dirigentes hicieron más grande el problema. Bastaba con tomar nota sobre lo dicho por Barbosa y aclarar que en su momento se tomaría la definición para el 2018. Punto. La cosa no hubiera pasado de ahí. Ahora el partido está en medio de un litigio judicial, con el escándalo encima y con dos coordinadores en el Senado. De cualquier forma parecía claro que en el momento de definir su candidatura hacia el 2018 se provocaría una nueva ruptura; los pro-obradoristas frente a los demás (incluidos pro-panistas). Como quiera que se defina el partido, el bando perdedor seguramente abandonará las filas del PRD, que no perderá su registro pero probablemente quedará al nivel de un PT. No es algo que yo celebre (se diluye la izquierda modernizante y en su lugar se impone otra conservadora). Pero a la realidad política poco le importan nuestros gustos o preferencias.
Profesor del CIDE.
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