El triunfo de Trump en las primarias de Indiana, y la esperada renuncia del perseverante evangélico Ted Cruz pudiesen indicar que el magnate está con un pie en la Casa Blanca, aunque él mismo haya externado la posibilidad de que exista alguna “sorpresa” que pudiera bloquear su nominación. Por eso, a medida que iba ganando terreno, se encargaba de exagerar sus pequeños triunfos para convertirlos en una sólida victoria consumada. El martes pasado comenzó a aparecer más “presidenciable”, rodeado de toda su familia.
Parte importante de su estrategia fue pronunciar la semana pasada un solemne discurso de política exterior. Como no es hombre de ideas, el discurso resultó una colección de aquellas que funcionaron durante su campaña.
Prometió dirigir al país con una nueva política exterior, que presentó como si fuese un nuevo amanecer; y sustituir con miras y objetivos específicos el azar con el que “América” ha sido mal administrada por Hillary y Obama. Está más que preparado para iniciar el debate con Hillary.
Dejó claro que privilegiaría siempre la estrategia por encima de la doctrina; y está convencido que al eliminar el caos reinante vendría una era de paz y prosperidad. (Hay fanáticos de derecha que ya comienzan a vitorearlo como el próximo Ronald Regan.) “América primero” sería el “tema” invariable de su administración.
(Tras la publicación del discurso asomaron algunos fantasmas del pasado, como John Bolton, el conflictivo embajador de George W. Bush en Naciones Unidas, que propuso dejar el organismo, o por lo menos reducirlo a un solo piso en el imponente edificio que ocupa en Nueva York. Se ha dicho que Bolton, que se mostró encantado con los avances de Trump, es miembro clave de Groundswell, una supuesta organización secreta de activistas de derecha y periodistas, que se propone cambiar radicalmente la política de Estados Unidos mediante cabildeo a los más altos niveles de gobierno).
Trump lamentó que la política exterior de Obama se hubiese convertido en un “desastre total”: sin visión, ni propósito; sin dirección ni estrategia. “El país ha dejado de ser respetado en el mundo”. Asegura que Obama debilitó la economía reconstruyendo otras naciones mientras la suya languidece…
Denunció el tratado comercial con México (TLC) como “un desastre total”, y prometió regresar a Estados Unidos los miles de empleos que huyeron al extranjero. Anunció que “habrá graves consecuencias para las empresas…”.
En 2000 publiqué un artículo titulado La superpotencia solitaria (La Jornada 24/11); en él comenté que un año antes Samuel Huntington le había recomendado a Estados Unidos abandonar su “peligrosa posición” de superpotencia solitaria y unirse a un mundo multipolar. En otro “canal” Madeleine Albright, secretaria de Estado de Bill Clinton, declaraba con arrogancia que Estados Unidos se había convertido en la nación “indispensable”: “un país erguido que puede ver más lejos que los demás”.
Analista político