La crisis que vive México resulta de tres causas principales. Primera, el desbalance financiero que resultó de la caída del precio del petróleo en junio de 2014, que puso en evidencia la dependencia de las finanzas públicas nacionales de los ingreso petroleros. Segunda, la elección de Donald Trump como presidente de EU. Y, tercera, la debilidad del gobierno mexicano, producto de diversas carencias estructurales no atendidas (federalismo, pensiones, finanzas públicas, agua, etcétera), así como de escándalos de corrupción que perduran y se multiplican con casos cada vez más increíbles como la huida del ex gobernador Duarte y las acusaciones sobre el uso de falsos medicamentos . A esto se agrega el gran daño causado por el mal manejado aumento (tardío, sustancial y de golpe) del precio de los combustibles. La tasa de aprobación del Presidente Peña es 25% (EL UNIVERSAL), y la gran mayoría de la población no le creen, ni a él ni a su gobierno. Un colapso de la comunicación y un golpe para la gobernabilidad.
No hay precedente de que México haya enfrentado una crisis externa, producto de dos shocks de fuera, encabezada por un gobierno tan débil. Ni la expropiación petrolera, ni la crisis de 1982-83, ni la de 94-95; tampoco en las postrimerías de una administración federal aún sin sucesor. Esto introduce una serie de complejidades adicionales al proceso para enfrentar con éxito la crisis externa.
Las características de Trump y su administración complican el escenario. El presidente tiene una personalidad inusual para ese cargo, que ha dividido a EU, ha ofendido a otros pueblos, y preocupado a otros gobiernos, entre éstos, México. Ha acentuado un sentimiento nacionalista. Recordemos que 45.6% de los estadounidenses no votaron, y que los que sí lo hicieron se dividieron casi por mitad entre Trump y Clinton. Por tanto, el estilo del nuevo presidente podría ser bienvenido por aproximadamente la cuarta parte de la población de EU. Trump tiene una actitud anti México, que ha exaltado los ánimos en este país, reavivando sentimientos de un nacionalismo parroquiano, no por ello menos delicado e inflamable. Además, las políticas que plantea son extremas, basadas en una actitud maximalista, de todo o nada.
Quizá el aspecto más delicado de lo que Trump ha dejado entrever es la tentación de no apegarse a lo que establecen las leyes estadounidenses, el Derecho Internacional, y los acuerdos entre naciones. Esto aplica a temas comerciales, de desvío de inversiones, de derechos humanos en general y, en particular, a movimientos migratorios.
Ante esa compleja situación, el presidente Peña ha tomado algunas medidas acertadas: nombrar a Luis Videgaray en SRE; proponer a Gerónimo Gutiérrez como nuevo embajador en EU, acceder a iniciar de inmediato, conversaciones con el nuevo gobierno de EU y con el de Canadá; reiterar que México no pagará el muro en la frontera; integrar un equipo fuerte y experimentado para negociar los temas comerciales. Es difícil que otro país cuente con expertos tan sólidos como el equipo mexicano, pues han participado en la negociación de uno o varios de los 46 acuerdos de libre comercio que ha signado México, incluyendo el TLCAN.
Iniciar las conversaciones de inmediato responde a los afanes efectivistas del presidente Trump, pero también a la conveniencia mexicana de que la(s) negociación(es) concluyan a más tardar este año. Es claro que a nadie convendría que los asuntos estuvieran pendientes durante las campañas del primer semestre de 2017 en México.
Está pendiente fortalecer el equipo negociador para otros temas bilaterales: migración y derechos humanos, seguridad, frontera, entre otros.
A pesar de la inexperiencia de varios en temas mexicanos, el equipo de negociadores de EU será pesado y rudo. Esperemos que los mexicanos no los aborden con una actitud de enseñarles. EU conocen perfectamente cuáles son sus intereses y no necesitan que nadie llegue a señalárselos, incluyendo que la relación con México es importante para la seguridad nacional de EU.
Socio de GEA Grupo de Economistas y Asociados / StructurA