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La visita de Trump el miércoles, y la reunión del presidente Peña Nieto con jóvenes el jueves con motivo de su 4to Informe de Gobierno quedarán en la historia de México como dos días de tragedia nacional.
La airada reacción de los mexicanos por dicha visita, su ira con el Presidente, y la ofensa que le representaron los contradictorios y superficiales intentos de justificación de la misma marcaron para siempre la administración actual y lesionaron como nunca la relación Presidente-ciudadanía. Las múltiples y diversas reflexiones sobre la visita, sus aspectos de fondo, de forma, sobre sus autores intelectuales y materiales, y sobre la “chamaqueada” de Trump retratan con fidelidad los hechos. El fracaso de la supuesta estrategia internacional quedó manifiesta con el anuncio de que la candidata demócrata Hillary Clinton no vendrá a México. Como si faltaran elementos para probar la ingenuidad con la que actuó el gobierno.
Sin embargo, más importante que todo eso es el hecho de que el Presidente y su grupo cercano hubieran decidido que la visita se realizara. ¿Qué le pasa al Presidente y sus allegados? Elementos para responder esa pregunta se encuentran en su “encuentro” con estudiantes. Careció de toda espontaneidad, y su realización fue por demás deficiente. Preguntas como “¿qué buenas noticias más nos tiene Presidente?” y “gracias a usted tenemos prácticamente todo” no pasan la prueba de la risa.
Sus respuestas a las preguntas no pudieron ser más planas, lo que dice mucho de la actitud presidencial hacia la comunicación con su pueblo. Explicó hechos, pero no causas; acciones de gobierno, pero no su racionalidad. Todos los argumentos carecieron de una referencia a las políticas públicas que, en principio, les dan sustento y razón. Los relatos aparentaban certeza, pero en el fondo exhibían una gran inseguridad.
Durante más de 100 minutos dejó pasar oportunidades. El Presidente nunca relativizó sus respuestas. ¿Será porque su equipo tampoco lo hace? ¿Será que la escasa autocrítica de Los Pinos no los ejercita para poder poner en perspectiva o dimensionar los problemas y las acciones del gobierno? Ni su administración ni el país se dan en el vacío, ni histórico ni geopolítico.
De ahí que sus respuestas hayan documentado situaciones, pero no hayan convencido. Se vio un Presidente plano, no dispuesto o incapaz de problematizar las cosas, de establecer relaciones causales, de profundizar en las complejas dinámicas sociales, políticas y económicas de México y del mundo, de indagar, sin curiosidad. Esa presentación dejó a muchos “planchados” y muy preocupados. Con esos recursos estratégicos, políticos, discursivos e intelectuales ¿con qué grado de éxito podrá Peña Nieto conducir al país hasta diciembre de 2018, cuando concluye su administración?
Seguramente el equipo más cercano tuvo mucho que ver con el contenido y la forma de las preguntas y respuestas del Presidente. Ya no sorprende la incompetencia del primer círculo, su incapacidad para entender lo que la gente piensa y requiere de su Presidente. Sucedió con la Casa Blanca, Ayotzinapa y Alfredo Castillo, entre otros.
En esta coyuntura de su gobierno, el Presidente está solo, a pesar de ser cada día más amigo de sus amigos, en buena medida porque él ha decidido, salvo contadas excepciones, rodearse de un equipo muy mediano, que esta crisis exige cambiar, como quedó de manifiesto ayer con la salida del secretario Videgaray. El aislamiento también resulta de limitar al máximo hablar con la gente, no en monólogos de actos públicos o masivos, sino en la “tertulia política normal”. Si el Presidente no habla con nadie, pocos se atreverán a decirle lo que piensan de la situación y de la acción de su gobierno. Ésa ha sido la tónica de su administración.
Por todo lo anterior, la explicación de la humillación que le impuso a México con la visita de Trump puede rastrearse en el patético encuentro con jóvenes que muchos atestiguamos, no sólo con pena ajena sino, sobre todo, con preocupación por el país. Hoy el problema no es sólo de él, sino de todos los mexicanos. ¿Qué hacer?
Economista