Es un fenómeno universal, desde las primeras sociedades organizadas. El tema es tristemente de actualidad en todas partes. Ocurre desde el momento en que se abandona el viejo criterio cristiano, anterior a las contorsiones de los teólogos de la época moderna que se han visto en la obligación de justificar a banqueros y comerciantes; en cuanto se pierde de vista que es pecado tener una casa, y otra casa, y otra casa, blanca o de color, todo se nubla cuando se olvida que no se puede servir a dos amos a la vez.

El término estadounidense es concreto y funcional, puesto que corrupción es grease, grasa, lubricante para que la máquina funcione mejor. ¿Cuál máquina? La política tanto como la económica y termina siendo una única máquina, como cuando en nuestras ciudades las autoridades, en contubernio con las inmobiliarias y las constructoras, violan los planos reguladores. ¿Dónde está la idea de “servicio público”?, No existe, o desapareció, si existió alguna vez. Todo es “chamba”, “hueso”, de modo que la administración es un conjunto de negocios, que uno consigue (compra) para luego hacerlos fructificar. El pobre policía, que tiene que “morder” para entregar cada semana una cantidad a su jefe, está comprando a plazo su plaza.

La idea es que todo se paga, de acuerdo con una tarifa adaptada al estado del causante, a la naturaleza del negocio. Estas gratificaciones que van de la concesión de una obra pública, un casino, unas aduanas, hasta la extorsión de unos cerdos en un rancho, se redistribuyen luego entre iguales y superiores. Parece que la corrupción así definida crece a medida que se sube en la pirámide. Así, cada sector de la administración pública contribuye al enriquecimiento del grupo dirigente, alcaldes, gobernadores, diputados, senadores, ministros, sindicalistas y asegura la lealtad de los pobres funcionarios tratados tan duramente por Azuela en su novela Las Moscas. El dinero alimenta el tesoro de los clanes políticos y desde que México entró en la transición democrática, los partidos se han vuelto unas empresas prósperas que se ganan una clientela, de modo que, una vez más, dinero y política no se pueden separar. De veras que lo dice muy bien el evangelio: el dinero es un dios, “mamón de iniquidad”.

Cuando se destapa algún escándalo de corrupción, se trata de castigar a quién se ha negado a compartir el botín, o ha sido políticamente inepto o desleal. El escándalo es una manera de atacar a un enemigo, cobrar, vengarse. Un ejemplo muy reciente es la denuncia que apenas empieza contra el ex gobernador de Sonora, el nefasto Padrés. Hoy, ayer y mañana. Así en octubre de 1926, el senador Enrique Henshaw, denunció en tono puritano a sus colegas: “En las cámaras se ha llegado casi al colmo en materia de prostitución política, no hay escrutinios, ni discusiones, ni derechos, ni reglamentos, ni leyes. Allí se forman camarillas de traficantes, las que encabezan bloques imaginarios, disponen de millones de pesos para formar porras viajeras, para campañas de prensa, para corromper gobernadores y funcionarios”. En cuanto a los gobernadores, un informe de 1923 señala lo siguiente: “De un total de veintiocho gobernadores, sólo de dos se podría asegurar la honestidad. De otros dos apenas podría uno comprometerse a dar un certificado de razonable duda. Lo mejor que se puede esperar no es un gobernador que no se enriquezca en su puesto, ya que casi todos lo hacen, sino uno que haga algo por su estado al mismo tiempo que roba. La mayoría se queda con todo lo que puede sin dejar nada”, el Señor de las Ligas nos ampare…

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