En 2010 se abrió en Oaxaca —y desde ahí para una buena parte de México— una alentadora esperanza de cambio. Fuerzas políticas disímbolas e incluso ideológicamente adversarias, convergieron en una alianza electoral para derrotar al PRI en esa entidad tras 80 años de hegemonía que llegó al extremo del saqueo impúdico a una de las zonas más pobres y desigual de México, así como al asesinato político de adversarios. Aquella alianza fue necesaria para desterrar una época llena de corrupción, impunidad y retroceso. Concurrí entonces a solidarizarme con esa épica gesta del pueblo oaxaqueño contra una oligarquía inmoral.

Han transcurrido cinco años de aquel lance democratizador. Duele profundamente reconocer cómo se fue diluyendo la oportunidad de marcar una diferencia en el ejercicio democrático del gobierno e incorporar realmente a los ciudadanos en la toma de las decisiones. La esperanza del pueblo de Oaxaca en una auténtica transición democrática la convirtió el gobernador del estado en una pifia política; a la justicia que prometió, prefirió tratarla como a una querida. Incumplidos los principios de honestidad, transparencia, rendición de cuentas y división de poderes, el desempeño de Gabino Cué causa hoy desprestigio a los esfuerzos coalicionistas que se intentan para el porvenir electoral de 2016, en el que se renovarán 12 gubernaturas, incluida la de Oaxaca.

Pudo ser un referente y un aliciente para impulsar la alternancia en territorios estatales que no la conocen, pero ahora es el mal ejemplo de un modelo de coalición que fracasó y repitió muchos de los vicios por los que se alzó. La impunidad de los asesinos y los saqueadores priístas seguirá colgada en el cuadro que adorna una de las paredes de su casa, a menos que reemplace la pintura. Los indígenas —mayoría de la población que le creyó— fueron miserablemente traicionados. Es que a muy temprana hora, la frivolidad lo hizo abandonar la tarea esencial para la que fue elegido: gobernar. Dejó a otros obligaciones constitucionales y legales sin nombramiento o cartera alguna; hoy lo envuelven historias de corrupción, tráfico de influencias y conflicto de intereses.

También decidió olvidar el escrúpulo y perdió el rubor. Contrario a la oposición de organizaciones ciudadanas preocupadas desde siempre por la defensa y conservación del patrimonio natural y cultural de Oaxaca, ha hecho construir en el cerro del Fortín —donde se ubica una de las pocas reservas ecológicas que le quedan a la ciudad—, un centro de convenciones para albergar al turismo de negocios. No encontró otro terreno en la ciudad más que ahí, donde la Guelaguetza tiene su único auditorio para el encuentro de las ocho regiones en un espectáculo bellísimo de música, baile, color y vestido.

La noción de lo identitario y el patrimonio común pretende ser atropellado en nombre de la democracia. Frente a la protesta ha convocado a una consulta popular —con la ilegal complicidad del órgano electoral local—, para que el 4 de octubre presumiblemente los ciudadanos decidan la suerte del proyecto que ya se construye desde hace tres meses. Es un proceso de consulta falaz con todos los ingredientes del método priísta: propaganda indebida y engañosa, se saturan los celulares con mensajes de publicidad ilegal, desde el gobierno se obliga a empleados y funcionarios a recoger credenciales y llevar votantes, se inyectan recursos económicos extraordinarios del gobierno para atizar el Sí. La disputa es entre la causa de los ecologistas, los urbanistas, los defensores de la cultura y el territorio, y los intereses mercantilistas y de provecho personal de unos cuantos con el anzuelo del turismo y desarrollo económico que lanza la oferta de que pescará miles de empleos para todos, beneficiando así a la economía familiar. Cuando se borra la línea que separa los negocios particulares de las funciones públicas, el embuste es lo de menos.

No me imaginé que llegaría el momento en que tendría que combatir al gobierno que ayudé a llegar. Lo haré si es necesario y si ese proyecto del CCCO continúa; me colocaré de nuevo al lado de las mejores causas de esa que fue la capital cultural de Mesoamérica.

Soy una parte modesta de aquel triunfo de 2010 que íntegramente pertenece al pueblo de Oaxaca; pero no soy responsable de la pifia. La experiencia electoral fue buena y exitosa; sin embargo, se requieren hombres y mujeres con probada honestidad y rectitud para llevar a buen puerto el anhelo de la ciudadanía de contar con un gobierno eficaz y eficiente.

Reconozco que nos concentramos en ganar la elección y no dimensionamos la importancia de concretar el significado de un gobierno de coalición; en los siguientes ejercicios se debe trabajar en ello. Alentar una alianza en términos no sólo electorales sino de gobierno. El problema no es la conformación sino los juegos de poder que se dan una vez obtenido el triunfo en las urnas. Urge que rompamos el paradigma de sólo aspirar a ganar elecciones y conseguir el poder. Necesitamos pensar y dejar muy claro para qué queremos el poder, para qué queremos ser gobierno, cómo y con quién queremos gobernar. En el proyecto de alianzas no deben pesar más los intereses de unos cuantos, sino el interés general de la gente, democráticamente ejercido, no mediante consultas tramposas.

Senador por el PAN

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