Hace unos días una de mis series favoritas, Black Mirror, lanzó su tercera temporada en Netflix; la serie, si acaso todavía no la conoce, se enfoca en ciertas distopías relacionadas con la tecnología planteadas en futuros no muy lejanos. La serie juega todo el tiempo con esta parte insensible del ser humano contra su semejante que ha existido desde que el hombre es hombre, esa mala leche inherente en el Homo Sapiens que lo llevó al trono en el reino de las especies como un tirano contra otras especies desde el principio, y no por eso menos tirano consigo mismo, ese pequeño Homo homini lupus que todos llevamos dentro.

De esta última entrega, en particular el penúltimo capítulo “Hombres contra incendios”, me resultó personalmente perturbador; la figura del soldado no es particularmente la del humanista, una marcada insensibilidad se requiere para ser capaz de terminar con la vida de otros humanos, y si algo de empatía nos quedara a pesar del entrenamiento, ésta tendría que ser erradicada para hacer al soldado más capaz, eficiente. En “Hombres contra incendios” estos residuos de empatía quedan totalmente suprimidos a través de la tecnología, y el soldado es incapaz de sentir afinidad por los enemigos gracias a implantes que reprograman su cerebro y alteran su realidad.

Pero no hace falta llegar a estos extremos, una sociedad del futuro, en apariencia más evolucionada en términos humanistas requeriría de menos tecnología para suprimir la empatía de requerirlo; ya pasó en la Alemania de los 40 en la que una sociedad aparentemente más sensible cultural, artística, filosóficamente sucumbió ante la retórica de un grupo de personas. Hoy, nuestra sociedad que por un lado repudia el odio y se avergüenza de los actos que como especie hemos cometido en el pasado reciente se abalanza sin piedad contra sí misma, sin necesidad de implantes físicos.

Las amenazas, no sólo a periodistas como Héctor de Mauleón o Andrea Noel —esta última decidió abandonar el país a causa del acosó recibido a través de Twitter— son cosa de todos los días en este país. Las amenazas a figuras públicas son sólo la punta del iceberg, debajo hay un grave problema de abuso y acoso en el que son víctimas millones de personas, unas peor que otras, y que han culminado a veces en historias trágicas de suicidio, sobre todo entre adolescentes.

Este odio y la cultura de insensibilización se ven potenciados por el anonimato que permiten las redes sociales —un tema que ya se está discutiendo—, a veces estos mecanismos de odio se disparan, en el caso de los periodistas, por los intereses de terceros que se ven afectados con sus denuncias, en otros —el grueso de los casos— son gratuitos, por el puro gusto de causar daño. Los soldados de “Hombres contra incendios” no son muy diferentes de los bullies su la cultura del odio y la escasés de empatía que se produce en las redes sociales de hoy; y tanto en esas como en estas guerras siempre los perdedores acaban siendo más.

@Lacevos

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