No es la primera vez (ni, me temo, la última) que hay enfrentamientos entre las “familias” y el Estado por cuestiones de índole sexual. Se recordará que en la década de los treintas, el gobierno decidió intervenir en la sexualidad social a partir de la educación, no por mero afán científico, sino para abatir los embarazos entre adolescentes y amainar la epidemia de sífilis que amenazaba con quebrar al banco genético y mermar la adecuada producción de mexicanos revolucionarios.

Esa iniciativa sucedió en un momento políticamente ya impropicio. En 1932, en una aplicación inflexible del artículo tercero, presionado por el tenaz comecuras don Plutarco Elías Calles, el secretario de educación Narciso Bassol había radicalizado la secularidad, lanzado su “educación socialista” e impedido a curas y monjas seguir atentando contra el laicismo en materia educativa.

Se había iniciado lo que, en su tonante “Discurso de Guadalajara”, Calles llamó “la revolución psicológica”. En conmovedora pantomima de la Revolución Francesa, el máximo Calles promovió los “domingos rojos” para substituir a la misa y hasta ensayó crear una iglesia cien por ciento mexicana. Hubo maestros católicos difuntos o desorejados, uno que otro obispo preso y gente que se fue armada a los montes.

Bueno, como si el anticlericalismo no hubiera bastado para esa densa desazón, en 1933 (como escribe en sus memorias don Jesús Silva-Herzog) a Bassols “se le ocurrió implantar” la educación sexual en quinto y sexto de primaria y en toda la secundaria. “Se va a armar un lío tremendo”, le advirtió el subsecretario a Bassols…

Y, bueno, pues se armó.

Los paterfamilias llamaron a no enviar hijos a la escuela y bloquearon escuelas con mujeres y niños como escudo. Hubo mítines y marchas en las ciudades, se alborotaron las universidades, algún obispo chilló que se trataba de una conspiración “judaico-masónica”. La educación sexual, juzgaron, viola la autodeterminación familiar; propicia cambiar la sagrada institución del matrimonio por amoríos fortuitos; hablarle de sexualidad a las niñas induce a la promiscuidad y lleva a la prostitución. Y en suma: expropia a los padres su derecho a educar a sus hijos en una moralidad que sólo a ellos compete. La gente comenzó a referirse a Bassols como el “secretario de prostitución pública”. La olla comenzó a juntar presión hasta que en 1934 mi general Abelardo Rodríguez canceló la educación sexual de Bassols y, de pasada, su cargo en la secretaría.

La prensa se convirtió (no sin higiene) en una zona de combate en la que comecuras y “retardatarios” se dieron con todo. Ni uno ni otro, Jorge Cuesta escribió que si el programa se hubiera llamado “ciencias biológicas y su enseñanza” en vez de “educación sexual”, la cosa no habría pasado a mayores, pues a la gente no le interesan las cuestiones científicas “y estoy a punto de pensar —agregó— que a la Secretaría de Educación tampoco”. El solo empleo de la frase “educación sexual” habría de “llamar la atención de las multitudes” en detrimento de “la dignidad intelectual de la enseñanza”.

Han pasado lentos los años. En 2016 el Estado y las familias protagonizan el predecible encontronazo con una nueva modalidad de “la educación sexual” en el centro, a saber, si las parejas del mismo sexo tienen derecho a tener derechos.

Y sin embargo se mueve… Para la “educación sexual” de Bassols y sus camaradas intelectuales y legisladores del Partido Nacional Revolucionario, los homosexuales eran personas “de dudosa condición psicológica” y, por tanto, contrarevolucionarios que, como expresó alguno en la Cámara, “además de constituir un ejemplo punible, crean una atmósfera que llega hasta el extremo de impedir el arraigo de las virtudes viriles en la juventud”.

A ochenta años de ese discurso, el reciclado partido de la misma revolución promueve una ley que desmonta esos prejuicios tontos. Me parece muy bien. Y no deja de ser curioso que las familias que lucharon en 1933 contra la injerencia del Estado en materia sexual en la vida familiar, se conviertan en 2016 en émulas de aquel Estado y le asesten a las parejas LGBT una intolerancia similar a aquella contra la que se rebelaron en 1933.

En fin, más que un concepto filosófico, el eterno retorno en México parece partido político, me cae.

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