El desabasto reciente en algunas entidades de la República y el aumento en los precios de la gasolina han enfurecido a los mexicanos. Las redes sociales arden y todo mundo busca encontrar a los culpables de esta situación. En general, podemos decir que hasta ahora ha habido dos villanos favoritos: la reforma energética y los impuestos a la gasolina. Para buena parte de la población, el aumento en el precio de la gasolina es el reflejo evidente del fracaso de la reforma energética. Así lo han planteado diversos líderes de la oposición, e incluso algunos oportunistas que en su momento votaron a favor de dicha reforma. Para otro grupo, conformado por los analistas más liberales, los libertarios que odian todo lo que huela a Estado, y los miembros de la oposición que se dieron cuenta que criticar la reforma energética era como dispararse en el pie (los panistas, por ejemplo), el problema son los altos impuestos que paga la gasolina. Así, varios de ellos han iniciado una campaña pidiendo una disminución o incluso la eliminación del IEPS (impuesto especial a productos y servicios) que se aplica a las gasolinas. Ambas posiciones, en mi opinión, son incorrectas.

Empecemos con el tema de los impuestos. Esta versión podría tener algún sentido si el aumento del precio de la gasolina en 2017 se debiera a un aumento en los impuestos. Esto, sin embargo, no es así. De hecho, en 2017 el estímulo fiscal va a aumentar y el IEPS se mantendrá fijo, por lo que el impuesto neto será menor en 2017 que en 2016. Aquellos que proponen eliminar el IEPS a la gasolina quizá ni siquiera se den cuenta de que parte de los problemas fiscales que hoy tenemos en el país se deben precisamente a que durante la administración del presidente Calderón se mantuvo un oneroso subsidio a la gasolina que costó miles de millones de pesos, que terminaron beneficiando a las personas de mayores ingresos. Por lo demás, el impuesto a la gasolina ayuda parcialmente a cubrir los costos ambientales y de salud que su consumo le genera a terceros. En ese sentido, ni los impuestos son la causa del aumento reciente ni la propuesta de eliminarlos o reducirlos es la solución. No nos confundamos.

Por otro lado, la asociación del súbito aumento en el precio de la gasolina con la reforma energética se debe, fundamentalmente, a la promesa que en su momento hicieran tanto el presidente Peña Nieto como el líder del PAN, Ricardo Anaya, en el sentido de que con la reforma bajaría el precio de los energéticos. El problema con dicha promesa es que era insostenible e irreal. Era absurdo plantear dicha promesa siendo que, al depender tanto de gasolina importada, el precio de la misma quedaba implícitamente determinado tanto por el precio internacional de la gasolina como por el tipo de cambio y los costos de transporte. Es decir, resultaba absurdo comprometerse a algo que no dependía directamente de la propia reforma. En ese tenor, es posible criticar ahora a la reforma energética y, sobre todo, a su implementación; sin embargo, el aumento reciente no es directamente atribuible a la reforma. Incluso si hoy mismo se cancelara la reforma, el aumento en el precio de la gasolina, así como los previsibles aumentos futuros en el precio de la misma, seguirían ocurriendo. ¿Por qué es esto y cuál es entonces la razón de fondo del aumento en el precio de la gasolina?

El gobierno ha sido hasta ahora incapaz de explicar correctamente las razones detrás del aumento en el precio de la gasolina. Lo que en realidad explica el tamaño del aumento es una combinación de tres elementos: la fuerte depreciación del tipo de cambio observada en 2016, la enorme dependencia que tenemos de la gasolina importada y la evidente debilidad de las finanzas públicas. Al subir el tipo de cambio, el costo de importar la gasolina aumenta; si el precio no aumentara, esto reduciría los márgenes de ingresos al gobierno y aumentaría el déficit. Es por ello que el aumento en el precio de la gasolina es hasta cierto punto inevitable. Empero, lo que esto pone en evidencia es, por un lado, el fracaso de la política energética que hemos seguido durante las últimas décadas y, por el otro, la terrible vulnerabilidad fiscal del Estado mexicano.

El abandono en el que hemos sumido a las refinerías en el país, la falta de inversión en este ramo y la creencia generalizada de que era mejor importar la gasolina que producirla en el país, están detrás de lo que ahora estamos viviendo. Hace algunos años muchos analistas insistían en que no era necesario construir una refinería. Hoy puede ser no sólo rentable económicamente sino incluso deseable estratégicamente. Los vientos de cambio en Norteamérica hacen que el concepto de seguridad energética vuelva a cobrar sentido. Es hora de empezar a replantear varias de nuestras políticas. La fiscal y la energética son sólo algunas de ellas.

Economista.

@esquivelgerardo
gesquive@colmex.mx

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