En los meses recientes dos resultados electorales han sorprendido al mundo: la decisión de los habitantes del Reino Unido de abandonar la Unión Europea y la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Aunque en ambos casos es posible atribuir los resultados a la xenofobia, el racismo u otros factores, lo cierto es que en ambos casos la apertura, la globalización y la desigualdad jugaron al menos una parte importante de tan inesperados desenlaces.

En el caso de la elección estadounidense, ahora sabemos que los estados determinantes para el triunfo de Trump fueron los del llamado “cinturón del óxido” (Michigan, Pennsylvania, Wisconsin), estados que se han ido desindustrializando de manera sistemática por décadas. Como parte de este fenómeno, los tradicionales obreros de esta zona de Estados Unidos, muchos de ellos muy bien remunerados y que antaño fueran protegidos por poderosos sindicatos, perdieron sus empleos, se fueron pauperizando y perdiendo los niveles de vida a los que ellos o sus padres habían estado acostumbrados. Toda esa zona del país, que se siente al margen del discurso enarbolado por Obama-Clinton de un país poderoso, pujante y que se había recuperado exitosamente de la crisis de 2008, votó en contra del Partido Demócrata después de haber votado en su favor durante varias elecciones presidenciales consecutivas.

El mensaje debería ser claro: la apertura y la globalización no pueden continuar como hasta ahora. Noten que esto no quiere decir cerrarse o revertir el proceso de apertura. En ese sentido, es falso que, como lo sugiriera hace poco la revista inglesa The Economist, de aquí en adelante las elecciones internas serán entre aquellos que quieren continuar con los procesos de apertura y aquellos que pretender cerrar las economías. En realidad, la discusión será entre el tipo de apertura: entre una apertura salvaje o una apertura sensible e incluyente.

Para entender ello debemos partir de una realidad concreta: los procesos de apertura y globalización dejan tanto ganadores como perdedores al interior de las economías. Hasta ahora, los procesos de apertura han sido impulsados y sostenidos fundamentalmente por aquellos que anticipan que estarán entre los ganadores. Esto incluye, sobre todo, a las grandes empresas trasnacionales, que son las principales beneficiarias de la internacionalización de las cadenas de valor. Sin embargo, estos procesos también dejan perdedores, como es el caso de los obreros ingleses o de EU, que han perdido sus bien remunerados empleos y que han pasado a ser de la clase media baja o incluso pobre en sus respectivos países.

Alguien podría pensar que esto no ocurre en México. Que en México todos ganamos con la apertura. Este es, finalmente, el discurso de Trump: Estados Unidos perdió porque México ganó. Pero no, no es así. Los perdedores no tienen que serlo en términos absolutos, pueden serlo en términos relativos. Es decir, no es que necesariamente pierdan, sino simplemente que no se beneficien de la misma manera que otros grupos. Esto seguramente ocurre en muchas regiones del país o en muchos segmentos de la población, para quienes la apertura económica no parece haberles beneficiado. Baste recordar que la tasa de pobreza en México es hoy la misma que en 1992 y que allí se incluye a más de la mitad de la población (53.2%). Lo mismo ocurre a nivel estatal o regional. Hay regiones enteras del país que no están hoy mucho mejor que antes de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). No importa que estados como Querétaro o Aguascalientes o algunos estados fronterizos crezcan a tasas aceleradas, para muchos de ellos las situaciones pre y post-TLCAN no son muy diferentes. Luego entonces por qué no pensar que esas zonas del país o que esos segmentos de la población resulten indiferentes a sostener políticas que no necesariamente les han beneficiado. Ese es el punto: si la apertura, la globalización, o las reformas económicas en general, no han logrado beneficios generalizados, por qué creer que la gente seguirá apoyando esas políticas. ¿Aprendimos la lección?

Economista

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