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Casi diez meses después de que Donald Trump señalara a México como enemigo de la economía de Estados Unidos, y que nuestros migrantes “traen droga. Traen crimen. Son violadores”, el gobierno de nuestro país reacciona con una tardanza que raya en la irresponsabilidad. Una estrategia ineficiente nos coloca en el peor de los escenarios posibles: Trump ya tiene en la bolsa la candidatura republicana, y México sigue siendo carne de cañón en la elección estadounidense.
Nuestra mejor defensa sigue siendo la no defensa, como lo dijo el 9 de mayo pasado el titular del Ejecutivo: “no nos habremos de meter en asuntos de otros, y no permitiremos que ni Estados Unidos intervenga en los procesos electorales internos de nuestro país”.
La miopía en la aplicación del principio de no intervención parece olvidar que el incremento de un clima antiinmigrante, antimexicano, tarde que temprano tendrá costos obvios en nuestro propio país, no sólo en nuestras comunidades que viven en Estados Unidos.
Es cierto que no hay una receta mágica para contrarrestar el daño que ha provocado, provoca y seguirá provocando Trump. Pero mucho menos encontraremos ese antídoto desde una posición gris, timorata, de franca desprotección a los millones de mexicanos que viven en Estados Unidos y a la imagen que tiene nuestro país en nuestro principal socio económico y comercial.
Hoy más que nunca tenemos que apelar a la inteligencia y a la acción para detener a Trump y a su dañina ideología. Apostarle al impacto que tiene el voto latino, por ejemplo. El gobierno mexicano, a través de su embajada y sus consulados, podría acercarse a la gran comunidad mexicana en EU para informar sobre los riesgos de las políticas que pretende implementar Trump y la importancia que tiene el voto latino para definir un ganador en la elección presidencial.
Estrategia básica. No se trata de hacer campaña ni activismo electoral: se trata de empoderar comunidades. Apoyar el registro de los casi 1.4 millones de mexicanos que pueden beneficiarse de las nuevas leyes de California, por ejemplo. Ofrecer herramientas, guiar, ser útil para una comunidad mexicana necesitada de elementos para defender su dignidad y su arduo trabajo ganado fuera de su país de origen.
Una comunidad hispana unida, activa políticamente, pondría en grave aprieto a Trump en sus aspiraciones para llegar a Washington.
El costo del silencio puede ser muy caro, cuando sería mucho más fácil cuantificar las pérdidas económicas de lo que sería el escenario de una victoria del oligarca neoyorquino. Por ejemplo, expulsar a los millones de trabajadores indocumentados de Estados Unidos, según el American Action Forum, tendría como consecuencia que: a) El empleo en el sector privado disminuiría entre 4 y 6.8 millones de trabajadores; b) el decremento de trabajadores reduciría la producción de la industria privada entre 381.5 y 623.2 miles de millones de dólares. Por lo tanto, los salarios y la producción del sector privado en Estados Unidos irían a la baja y la economía sufriría una desaceleración.
Estos son datos duros, previsiones objetivas que afectarían tanto a la economía estadounidense como a la mexicana. Discursos mucho más efectivos que el comparar a Trump con Hitler.
Trump es un aspirante a la presidencia que juega con las palabras de acuerdo a sus mezquinos cálculos electorales. No se le puede tachar de incoherente. Lo que preocupa y apremia es la postura del gobierno mexicano, de quien lo menos que podemos esperar es claridad de ideas, certeza en la existencia de una verdadera estrategia, firmeza para proteger y acompañar a la comunidad mexicana en lo que indudablemente es el arma letal que tienen consigo para acallar a Trump: la unidad en el voto como factor esencial para evitar la catástrofe que se avecina.
Senadora de la República