El pasado 5 de mayo los ciudadanos británicos acudieron a las urnas para elegir alcaldes y concejales municipales, así como diputados en Gales, Escocia e Irlanda del Norte, en una votación que sirvió al mismo tiempo como un ejercicio de calentamiento rumbo al referéndum que decidirá si Gran Bretaña continúa o no en la Unión Europea, y para ir alineando a los partidos en el todavía largo camino hacia sus próximas elecciones generales en el 2020.
Londres hizo historia al elegir abrumadoramente a un joven político musulmán, hijo de un chofer de autobús nacido en Paquistán, como su nuevo alcalde. Tras ocho años de gobierno conservador, encabezado por el a veces controversial Boris Johnson, los londinenses no sólo dieron un giro a la izquierda, sino que también mostraron que aun en medio de los discursos de la división y el miedo que permea el escenario político de los países más ricos, hay espacio para la tolerancia, la apertura y la inclusión.
La victoria de Sadiq Khan se da en un momento clave en Europa. La crisis migratoria no sólo ha afectado a los países en la primera línea de entrada, como Grecia y Turquía, y a los de segundo ingreso, como Eslovenia, Hungría o la República Checa, por sólo mencionar a tres cuya conducta ha sido ciertamente ignominiosa. Alemania, Francia, los países escandinavos y Gran Bretaña están pagando un costo desproporcionado, también en términos políticos.
El escepticismo ante la migración predominantemente musulmana desde Siria, Libia, Afganistán e Irak coincide con las dudas que muchos expresan acerca del futuro de la Unión Europea. El llamado del gobierno conservador para que en un referéndum se decida la permanencia o no de Gran Bretaña en la UE parecería suicida en estas circunstancias, y las encuestas señalan que el próximo 23 de junio el resultado dependerá de la movilización de votantes: mientras más salgan a votar mayores las posibilidades de que GB permanezca en la Unión, pero la incertidumbre e indefinición son las constantes en esta campaña que tiene a los europeos de un lado y otro del Canal de la Mancha con los pelos de punta.
Uno de los grandes retos para la Europa moderna consiste precisamente en lograr que sus valores fundacionales se impongan en este debate en torno al nacionalismo, la influencia religiosa, la migración. En la medida en que los europeos, y me refiero aquí a quienes creen en y promueven el proyecto paneuropeo, logren convencer a mayorías y minorías de que vale la pena la coexistencia, que ahí radica la riqueza intelectual y espiritual de Europa, se podrá pensar en un mejor futuro no sólo para el continente, sino para el mundo entero.
Por eso es tan importante la victoria de Khan en Londres. Tras una negativa campaña de su contrincante conservador, que apeló al viejo recurso del miedo, Khan obtuvo una amplia mayoría que habla no sólo del cosmopolitismo londinense, sino también del espíritu renovador que impera en Gran Bretaña. Al mismo tiempo que Khan era proclamado vencedor en la capital, la ciudad de Bristol elegía a su primer alcalde negro. En un antiguo centro de comercio de esclavos, nada podría simbolizar mejor la esperanza de una nueva y más incluyente manera de hacer política.
Khan no sólo representa esa visión de la integración: su victoria también va en contra de la visión cerrada del actual dirigente laborista, Jeremy Corbin, quien además de usar expresiones estúpidamente antisemitas de las que no se ha distanciado adecuadamente, promulga una estrategia de choque y confrontación para que el laborismo regrese al poder en el 2020. Khan, por el contrario, piensa que sólo un partido incluyente, que apele a los indecisos y a sus opositores, puede aspirar a gobernar. En vez de predicarle al coro, quiere salir a convertir a los de la congregación de enfrente.
Así es como se hace política. Todo lo demás es simplismo maniqueo.
Analista político y comunicador.
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