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El próximo viernes, queridos lectores, comienza el fin del mundo. Me refiero, no vayan a pensar ustedes que ya me volví apocalíptico, al fin del mundo como lo conocemos hasta ahora.
La nación predominante del planeta, como en su momento lo hicieron los mongoles, los chinos, los romanos o los británicos, ha elegido encaminarse por la espiral del descenso, de la decadencia disfrazada de gloria nacionalista. Al encerrarse y pretender ser una nueva isla, gigante y poderosa, pero isla al fin, EU está firmando su propio certificado de defunción.
No sirve engañarnos alegando una supuesta ilegitimidad de Donald Trump. Ganó de acuerdo a las reglas y su partido, que antes lo repudiaba y ahora le teme, tiene la mayoría en ambas cámaras legislativas, ocupa 33 de 50 gubernaturas y muy pronto tendrá una mayoría conservadora en la Suprema Corte. Así que la victoria de Trump tiene mucho más que ver con una oleada conservadora (por no decir retrógrada) en EU y no tanto con las peculiaridades de su sistema electoral.
Los Estados Unidos de América que hicieron historia hace ocho años eligiendo a un presidente afroamericano y el año pasado tuvieron a su primera mujer candidato a la presidencia por uno de los dos grandes partidos, es hoy un país que no solo votó por la derecha, sino que lo hizo además por la negación de la ciencia, de las libertades y derechos básicos establecidos en su Consitución y de muchos de los principios que hicieron de EU, en sus propias palabras, “el líder del mundo libre”.
Olvidando por un momento todos los agravios, ofensas y amenazas contra nuestros paisanos y nuestro país, existen razones de peso para pensar que, con Trump al frente, EU se encamina a uno de sus periodos más obscuros.
El proteccionismo y el aislacionismo, que van de la mano con el discurso nativista y patriotero del magnate, contradicen por completo una política de Estado de Washington:
El expansionismo e intervencionismo estadounidenses le han dado sustento ideológico y justificación moral a ese país, y subyacen a sus impresionantes logros económicos y materiales. Mientras que su rival histórico, la URSS, terminaba pagando muy caras sus aventuras en el exterior, las de EU son sufragadas por las naciones invadidas o intervenidas, y su “ayuda” militar o humanitaria posterior está enfocada más al bienestar de las empresas exportadoras estadounidenses que cualquier otra cosa. Al propugnar la cerrazón, Trump terminará afectando lo mismo a los consumidores que a las grandes, medianas y pequeñas empresas que tanto se benefician hoy de su alcance global.
Los principios liberales que se habían afirmado en EU con el paso del tiempo no solamente han ido en beneficio de minorías explotadas o de igualdad casi plena de derechos para las mujeres. Han sido también un imán para atraer un crisol de migrantes que lo han enriquecido con su trabajo, sus nuevas ideas y maneras de ver el mundo y la vida. Al oponérseles y amenazar con revertirlos, Trump no solo cerrará sus fronteras a la mano de obra, sino también a las ideas, a la diversidad y a las diferentes culturas que hoy conforman a una de las sociedades más plurales, y por lo tanto más ricas, del mundo.
Finalmente, Trump se confronta abierta y simultáneamente con tres pilares del Establishment norteamericano: los servicios de inteligencia del Estado, la burocracia washingtoniana y los medios de comunicación. Aunque aparentemente sus intereses son opuestos, esa combinación de servicio civil de carrera, capacidad de espionaje y libertad de prensa son esenciales para la operación eficiente del gobierno, el legislativo y el poder judicial. Los soportan y apoyan aun cuando los resisten. Y Trump ya tiene pleito comprado con todos ellos.
Yo no sé cómo y con quiénes va a gobernar Donald Trump, pero a la larga (y tal vez esto no tome demasiado tiempo) habrá colocado las cargas de dinamita que podrían tirar abajo el edificio construido a lo largo de casi dos siglos y medio.
Analista político y comunicador.
@gabrielguerrac