El señor Nicolás Maduro ha acelerado el paso hacia la dictadura en Venezuela. Sus intenciones fueron claras desde el principio de su gobierno y ahora se verifican. En 2015 los venezolanos eligieron democráticamente un Congreso que resultó mayoritariamente de oposición al chavismo y al gobierno madurista. No le gustó al dictador y trató de impedir su funcionamiento, lo que consiguió a medias pero al costo de provocar un vasto movimiento popular en su contra encabezado por las figuras más destacadas de la oposición democrática. Con el paso del tiempo, las manifestaciones, la represión y los muertos quedó clara la disyuntiva. El dilema es democracia o dictadura. Al agotar los medios para acallar la oposición democrática ha recurrido a convocar unilateralmente el domingo 30 de julio a una asamblea constituyente, ignorando a la Asamblea Nacional electa democráticamente.

Los dictadores de cuerpo entero, como Maduro, necesitan trajes a la medida. En este caso una Constitución que lo habilite formalmente como dictador. Si el ridículo resultado de la votación del domingo pasado (dicho por la empresa que realizó el conteo rápido) no es revertido, el siguiente paso es el dictado de nuevas reglas que se ajusten a los deseos del hombre supremo y sus secuaces, y preparen el camino para la supresión de la oposición alegando que ésta no es sino un instrumento del “imperialismo”. Los corifeos de Maduro provenientes de la decadente izquierda vulgar ya han afinado las herramientas ideológicas para operar la farsa de la legitimación de la dictadura (por supuesto, con otro mote) en nombre del pueblo.

Esa izquierda debe ser desmentida desde todos los frentes posibles y, fundamentalmente, desde la izquierda democrática. Se trata de un esperpento del marxismo vulgar que acude a teorías de la conspiración y del “imperialismo” contra la “liberación” del pueblo (ya quisiera el “imperio” tener la cantidad de reclutas que conforman la oposición venezolana). No hacerlo es traicionar el reconocimiento de la democracia por la mayor parte de las fuerzas de izquierda en el mundo no solamente como un medio para otros fines, sino como un fin en sí misma, y de que el cambio social debe ajustarse a los procedimientos democráticos o perecer en las aguas negras del cálculo autoritario. La aberración de la “dictadura del proletariado” ha sido devastadoramente desmentida filosófica, científica, histórica y políticamente, por su inconsistencia. No hay otro camino para la justicia que el camino de la democracia como derecho de los pueblos y de los seres humanos. La política democrática se cimenta en la discusión de las diferencias para encontrar salidas acordadas sin vulnerar derechos.

Es momento de que los estados americanos invoquen en serio la Carta Democrática Interamericana. El golpe que se cuece en Venezuela puede ser letal para América Latina, e inclusive, por más ridículo que parezca, una confirmación de que el camino autoritario del populismo del primer mundo puede ser la alternativa a las democracias parlamentarias y a la libertad.

La Carta Democrática Interamericana, firmada por todos los gobiernos democráticos del continente, establece con toda claridad que la democracia es un derecho de todos los hombres y mujeres de América. Igualmente, dispone que la supresión de la democracia como sistema de gobierno será condenada por la comunidad continental y se establecerán medidas políticas de exclusión de los estados responsables. Si Maduro inaugura en Venezuela una época de regresión autoritaria, los campaneros de la tiranía llamarán a la cancelación de las libertades fundamentales. Los demócratas que no se pronuncien serán cómplices.

Director de Flacso en México.
@ pacovaldesu

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