Mucha gente últimamente cuestiona la globalización como un fenómeno optativo, que puede aceptarse o rechazarse.
Han sucedido fenómenos políticos que fortalecen esa idea, como el Brexit, o la inverosímil adhesión al discurso de Donald Trump en un amplio segmento de la población estadounidense, caracterizado por su componente antichino, antimexicano, antimusulmán: en suma, antimigratorio y antiglobal.
La globalización inició, en realidad, desde que el homo sapiens empezó a salir de África buscando nuevas tierras, nuevos climas, nuevas formas de vida hace alrededor de 60 mil años.
El contacto entre pueblos se reforzó en sus orígenes por los imperios, comenzando con el Imperio Mongol que, por cierto, ha sido el más grande de la humanidad. Ni siquiera los imperios romano, español o británico, llegaron a igualarlo.
La globalización ha venido construyéndose junto con la civilización humana. Los antropólogos llaman “hibridación” al resultado del encuentro de culturas y ésta se ha dado y se dará siempre.
Lo que ha cambiado es la rapidez y variedad de formas de intercambio entre culturas, mercados y personas debido al avance tecnológico. Estos intercambios pueden ser positivos o negativos, como la conducta humana.
La expansión del comercio internacional beneficia a la mayoría de la gente con crecimiento económico, menores precios, más variedad de productos, nuevos empleos, transferencia de tecnología y experiencias educativas. Pero, al mismo tiempo, destruye empleos tradicionales, afecta relaciones sociales y comunitarias y genera inequidades.
Un mundo global es una oportunidad para conocer nuevas ideas humanitarias, pensamiento científico y desarrollo tecnológico, pero al mismo tiempo, es una ventana al terrorismo y la explotación de los recursos naturales de pueblos pobres por potencias.
Sin duda, es un caldo propicio para que las corporaciones crezcan y se conviertan en gigantes multinacionales que, incluso, rebasan a los Estados nacionales. Pero a la vez, lo global ha democratizado al mundo. La comunidad internacional ha logrado crear una red que puede hacer que una noticia o una violación de derechos humanos se conozca universalmente en segundos.
Entonces, más que pensar que la globalización puede evitarse, habría que identificar qué es lo bueno y qué lo malo que nos puede traer este fenómeno para posicionarnos frente a ella. El término antropológico en boga es lo glocal, en donde se fortalece la raíz local, al mejorar con la experiencia global.
Como país, preguntarnos ¿qué debemos obtener de un mundo global?, pero sobretodo, ¿qué tenemos para ofrecer al planeta?
Esa es la parte de la globalización que se nos olvida. No hemos valorado todo lo que México tiene que ofrecer al mundo. Tenemos baja autoestima nacional.
No temamos a la globalización, sino a la atonía. Sepamos distinguir entre las aportaciones y las amenazas. Seamos agresivos en presentarle al mundo nuestro ser, mercancías, cultura, artes, gastronomía, bellezas naturales y riqueza racial. Seamos ante el mundo, un México orgulloso de lo que es, tiene y produce.
Hay que revalorarnos internamente porque, por desgracia, muchos extranjeros venden nuestros productos y cultura al mundo, en vez de hacerlo los mexicanos mismos, aprovechando las ventajas de la globalización.
Presidente ejecutivo de Fundación Azteca
@EMoctezumaB
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