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La detonación de las bombas el 6 y el 9 de agosto de 1945 en Hiroshima y Nagasaki representan el peor crimen de guerra, el peor genocidio contra población de un país que estaba derrotado. Japón preparaba su rendición con la sola condición de que pudiera permanecer el emperador Hiroito y garantizar su seguridad. Es ominoso recordar como tras el lanzamiento de las bombas hubo muy pocas reacciones que condenaran la atrocidad que de un solo golpe dejó sin vida a 140,000 personas inocentes y destruida la pequeña ciudad de Hiroshima.
Harry Truman el presidente de Estados Unidos pronunció un discurso triunfador: había acabado con el enemigo, el fin de la guerra, lo que salvaría miles de vidas. El mensaje de Washington a Japón, a los soviéticos y al mundo estaba ahí. Truman recogía el sentimiento antijaponés en EEUU después de Pearl Harbor. Les hemos devuelto ese golpe multiplicado afirmó. Estados Unidos es hasta hoy el único país que utilizó la bomba H como se le llamaba entonces. La tecnología nuclear quedaba así bautizada con sangre, una nueva era se abría para el mundo: la competencia armamentista nuclear y la guerra fría. El mensaje de Hiroshima y Nagasaki estaba dirigido también a la Unión Soviética y a Stalin. La mayor acción bélica jamás emprendida contra población civil, sigue siendo un doloroso y abominable recuerdo de la historia del siglo XIX.
El mundo aplaudió el fin de la guerra, el asesino bombardeo sobre población inocente fue estruendosamente bienvenido o bien simplemente se aceptó en silencio. La población de Hiroshima y Nagasaki quedaba atrás destruida, asesinada, mutilada, con un enorme sufrimiento inimaginable cuando del cielo cayeron las bombas que con temperaturas de mas de 7,000 grados incendiaron todo, aquella soleada mañana. Y, sin embargo, muy pocas voces aunque muchas muy importantes como las de Albert Einstein y Bertrand Russel se alzaron para condenar la brutal acción de guerra, así la consideraba Washington. Japón se rindió el 15 de agosto (sin bomba también se hubiera rendido) y Washington le otorgó la seguridad del emperador.
Truman mostró al mundo el horror del genocidio con la tecnología militar nuclear. Abrió un camino que nunca se ha cerrado. De inmediato siguieron el desarrollo del armamentismo nuclear los países que pudieron construir esas armas. Desde entonces el mundo vive la amenaza de la que Rusell y Einstein dijeron en un manifiesto histórico que la existencia de la humanidad estaba en duda. El armamentismo ha llegado a niveles inimaginables, hoy hay once millones de bombas, no como aquellas que se arrojaron sobre Hiroshima y Nagasaki, no, mucho mas potentes. Una fracción de estas podría destruir la vida humana sobre la tierra en unos segundos.
Tal vez nos hemos acostumbrado, a que el armamento nuclear siga aumentando, a pesar del Tratado de No Proliferación Nuclear, que contempla que no crezca el armamento nuclear y que se llegue al desarme total. No se ha avanzado, sino retrocedido. Hoy hay cinco potencias con armamento nuclear, que por cierto conforman el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y son signatarias del TNP: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña. Tres países que no son signatarios del Tratado, pero que son tolerados y reconocidos ya como países con armas nucleares: Israel, Paquistán e India. Uno más, Corea del Norte que firmó el TNP, lo rechazó, lo volvió a reconocer y lo violó. En poco tiempo, afirmaba el Secretario General de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Mohamed El Baradei, podría haber 20 o 25 países con tecnología nuclear suficiente para tener armamento.
Hay también diseminación amplia de tecnología nuclear realizada durante 20 años por el padre de la bomba en Pakistán, el doctor Khan héroe en ese país y preso por dicha actividad. Nadie sabe que tanto, ni a quienes entregó tecnología nuclear. Y lo peor: está probado que hay tráfico de materiales nucleares y radiactivos. Terroristas podrían utilizar esos materiales para construir bombas sucias, para realizar ataques o sabotajes. La pregunta no es si pueden utilizar materiales nucleares para construir armas explosivas, sino cuándo. Esa es la nueva amenaza del siglo XXI.
El ejemplo que dieron los países latinoamericanos al mundo señala con firmeza el camino a seguir: los países de América Latina y El Caribe idearon, discutieron, acordaron y pusieron en vigor, en agosto de 1969, el Tratado de Tlatelolco. Definieron así una región libre de armas nucleares. Establecieron un organismo para el Control del Tratado el Organismo para la Prescripción de Armas Nucleares en América Latina y el Caribe. El Tratado que entró en vigor en 1969, hace 46 años, se mantiene con firmeza, la nuestra es una región en la que no hay ni podrá haber desarrollo, pruebas o existencia de armas nucleares.
Impulsor y constructor del Tratado de Tlatelolco fue el diplomático mexicano Embajador Alfonso García Robles quien recibió por ello el Premio Nobel de la Paz junto con Alva Myrdal de Suecia que impulsó las políticas de proscripción y desarme. Sin duda es éste el mayor logro diplomático de México en la historia, importantísimo ayer como hoy para México y para el mundo. Las discusiones del Tratado de Tlatelolco –que lleva el nombre de la Cancillería mexicana—se iniciaron entre diversos países bajo el liderazgo de García Robles en el sexenio del Presidente Adolfo López Mateos. México mostró con hechos el verdadero y posible camino de la no proliferación y el desarme.
Es tan o más válido hoy, como lo fuera en 1982, lo dicho por el Embajador García Robles al recibir el Premio Nobel de la Paz: “La humanidad está confrontada con una decisión, debemos detener la carrera armamentista y proceder al desarme o encarar la aniquilación.”
Periodista y analista internacional