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Boomerang: con el despido de James Comey, Director del FBI, El Presidente Trump pretendió cerrar un tema que le resulta incómodo, por decir lo menos: la investigación del FBI sobre la injerencia de Rusia en las elecciones presidenciales, a través de miembros de su campaña. Lo que logró fue reavivar el tema y despertar múltiples interrogantes que siguen abiertas. En primer lugar, porque no es habitual que el presidente despida al jefe del FBI cuyo nombramiento se hace por 10 años, lo que recordó lo ocurrido en el caso Watergate que llevó a la renuncia del Presidente Richard Nixon en 1974. Tampoco parecían suficientes ni lógicos los motivos del despido aludidos por el Presidente Trump en un primer momento a través del comunicado firmado y enviado a las oficinas del FBI. James Comey se encontraba en Los Ángeles y se enteró por la prensa. Sorprendió que en el comunicado en despido, firmado por el presidente, afirmara en un párrafo que Comey le había dicho en tres ocasiones que él, Trump, no estaba involucrado en la investigación. Vendría luego una andanada de contradicciones que tuvieron lugar en los siguientes días.
La decisión fue tomada con urgencia e impreparación política como lo muestra el hecho de que el staff de la Casa Blanca no estaba suficientemente preparado para manejar el tema, o incluso se enteró posteriormente al hecho. El vocero, Sean Spricer se enredó en explicaciones sin lógica durante la conferencia de Prensa, dejando más interrogantes que respuestas y dando alas a las sospechas de lo que parecían evidencias. El comunicado contribuyó con lo suyo.
Luego vino el desastre, porque por lo menos en los siguientes días y hasta este viernes por la tarde, hubo otras cuatro explicaciones oficiales del despido por parte del staff presidencial y del Presidente mismo, que al final dejó de sostener la versión inicial de que había tomado la decisión por un recomendación del Departamento de Justicia encabezado por Jeff Sessions. Luego dijo que había sido su propia decisión pensada y repensada. Otras dos versiones titubeantes circularon y, finalmente en un entrevista de NBC News y frente a las cámaras dijo “Cuando yo lo decido lo hago,” explicó en cámara “Me dije a mi mismo, tu sabes, esta cosa de Rusia, con Trump y Rusia, es una historia armada, es una excusa para los Demócratas por haber pedido la elección que deberían haber ganado.” A confesión de parte, relevo de pruebas como dicen los abogados. Kevin Drum lo dijo así en Mother Jones, “ahí estaba el presidente mismo, en televisión nacional, diciendo a todos que la investigación de Rusia estaba en su pensamiento cuando decidió despedir a Comey.” Y como es costumbre, Trump “miente y desorienta” y afirmó que la investigación sobre Rusia no fue su motivación para terminar con el director del FBI. De manera que dejó al público en la confusión.
El asunto no es menor ni para Trump, ni para Estados Unidos, ni para la democracia. Basta ver las reacciones que hubo en la prensa de Estados Unidos y del mundo entero. Tres de los principales diarios dedicaron su editorial al tema:
Washington Post “Como la confusión Comey”; New York Times “El despido de Trump de Comey es totalmente sobre la investigación de Rusia”; Los Angeles Times “La investigación de Rusia está en terapia intensiva. Aquí lo que será necesario para hacerla sobrevivir después de Comey.” No hubo un solo artículo que no criticara duramente la decisión de Trump en estos diarios y muchos otros más tan influyentes como The New Yorker, The Atlantic, The Economist, Le Monde, El País, Liberation, Der Spiegel, The Guardian. La investigación revivió gracias a Trump. La noticia fue mundial, y como diría Mafalda, la democracia en Estados Unidos ante el mundo… “¡trae una cara, la pobre!”. Asomó el rostro no de un presidente sino de un dictador.
The New Yorker recordó el poder del FBI, “cuatro mil personas trabajan para la oficina del ejecutivo del Presidente. Treinta y cinco mil para el FBI….” Comey se fue, pero con esa frase inicial recuerda el poder del FBI. El clamor general ahora mas que nunca es que continúe la investigación se llegue a fondo, que se organice una Comisión Independiente, que asuman su papel los legisladores de las dos Cámaras. Y es que en el fondo esto es mucho más serio que Watergate, porque se trata de una investigación de la injerencia de una potencia extranjera, nada menos que de Rusia con Putin a la cabeza, que actúa con las mismas políticas de Trump ya sea en el caso de Brexit o de las elecciones en Francia en apoyo a Marine Le Pen.
Trump puso dos cerezas en el pastel. La primera fue que al día siguiente del despido de Comey recibió en la Oficina Oval de la Casa Blanca a Sergei Lavrov Ministro del Exterior de Rusia y al Embajador de ese país al que se implica en el affaire injerencia en el proceso electoral. La prensa de Estados Unidos se enteró por una imágenes tomadas por un fotógrafo ruso y que dieron la vuelta al mundo. El viernes Trump de madrugada twiteó, una amenaza al exdirector del FBI ”Será mejor para Comey que no haya grabaciones de nuestras conversaciones antes de que empiece a filtrar a la prensa.” Comey
Trump quiso apagar el incendio y le echó gasolina al fuego. Se le olvida que es esclavo de sus palabras y que Comey tiene el poder de haber encabezado el FBI y la investigación, y aunque no hable será una sombra presente. Esto apenas empieza y es ya una historia llena de contradicciones, tropiezos, mentiras y confusiones, falta de coordinación en el equipo del presidente Donald Trump, impericia política, pero es una historia que tendrá que llegar a un final porque así lo merece la democracia en Estados Unidos. Y en los próximos días viaja Trump a Rusia a encontrarse con Putin.
Pobre México, tener que lidiar con un presidente de Estados Unidos falto de política, imprevisible y que considera a su vecino como un enemigo. Cuando quiere desviar la atención recurre al chivo expiatorio. ¡Es advertencia, ahí viene! Lo ha hecho siempre.
Periodista y analista internacional