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Las campañas presidenciales se acercan a su fin. Los deportistas al final de una carrera hacen su mayor último esfuerzo para ganar o por lo menos romper su propio récord. Entre los políticos en contienda el final de una campaña no es tiempo de cosecha, ni de ocurrencias para justificar la posible derrota, sino de un último y único esfuerzo para convencer y ganar la mayoría de votos dirigido a los indecisos, así como para consolidar la su base.
Donald Trump trata de mantener el paso, pero se sale de la pista dentro de la cual compiten los candidatos. Y durante los días finales de la contienda presidencial pone en el centro de su discurso que le van a robar la elección, que va a haber fraude e incluso llama a sus seguidores a vigilar los centro de votación. Ha dejado en suspenso si aceptará el triunfo de Hillary Clinton, si ella ganara la elección. Pero ha dicho que sólo aceptará el resultado si él gana.
Trump acusa al GOP que lo postuló de no hacer lo suficiente por su triunfo, así como a los republicanos que han manifestado que no votarán por él o que no lo apoyan o que harán su propia campaña desvinculada de la del candidato republicano. Por su discurso de la última semana pareciera que Trump se prepara para una derrota que no aceptará. El sistema político estadounidense está entrando en una gran crisis con uno de los dos principales partidos fracturado y con el antecedente de divisiones que vulneran el sistema político basado en la construcción de acuerdos entre los partidos Demócrata y Republicano.
Lo que estamos viendo en la elección presidencial de Estados Unidos son dos formas distintas de terminar una campaña, a sólo nueve días de la elección. Eso, sin duda, dice mucho de lo que son y de lo que esperan de sus seguidores. Trump no confía en que puede ganar la elección al tiempo que radicaliza su discurso sobre el fraude electoral para mantener el apoyo de sus seguidores. Lo descompone pensar que puede perder la elección y más aún que le puede ganar una mujer. Hillary avanza e incluso hay encuestas que le dan un cierto nivel de competencia importante en estados tradicionalmente republicanos o antiinmigrantes como son Texas y Arizona.
Lo que Estados Unidos está viviendo es una crisis política dentro del GOP con la postulación y campaña de Trump, es la primera vez en su historia que se divide públicamente, con el rechazo anunciado de su candidato presidencial. Atrás de toda la agresividad de su discurso está un candidato presidencial que se siente y se muestra debilitado, que hará todo lo posible por no aceptar un resultado que no sea su triunfo. Insiste Trump, sin embargo, en que ganará. Y aunque el proceso electoral desembocará en la votación general el 8 de noviembre, hay estados en los que ya se ha iniciado la “votación anticipada”, tal es el caso de Florida, entre otros.
Hillary Clinton avanza y se acerca, según todas las predicciones, a los 270 votos electorales necesarios para ganar la elección. Hay que recordar que la elección de Estados Unidos no la define el número de total de votos obtenidos por cada candidato, no es una elección directa, sino una elección indirecta que finalmente define el Colegio Electoral. Los votos electorales que corresponden a cada estado van de acuerdo con el número de representantes y senadores que tiene en el Congreso. California tiene el mayor número de votos electorales, con 55, seguido de Texas, con 38; Florida y Nueva York con 29. En 48 estados y en Washington D.C. el candidato que gana la Presidencia, gana todos los votos electorales. Sólo en Maine y Nebraska los votos se dividen de acuerdo con los distritos electorales. Las Legislaturas estatales definen la forma y los tiempos de la votación anticipada en cada entidad. En total, hay 538 votos electorales, y el ganador de la Presidencia debe obtener como mínimo 270 votos electorales.
En los últimos días de la campaña ambos candidatos harán su mayor esfuerzo por obtener el voto de los indecisos. La contienda electoral llega a su fin en diez días más.
Periodista y analista internacional