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El pasado 15 de octubre tuve el gusto de inaugurar la III Feria Nacional de Pueblos Mágicos, en donde se presentan los resultados de este programa, creado por Sectur, que cumple 15 años impulsando y apoyando la actividad turística local bajo un esquema de coordinación con estados, municipios y ciudadanía, y en el que se han invertido más de 2 mil 500 millones de pesos en los últimos 4 años.
En esta ocasión la ciudad de Querétaro fue la sede de un evento particularmente exitoso, con un gran número de instituciones participantes, conferencias, stands y una asistencia récord de más de 90 mil personas frente a las 10 mil y 30 mil de las dos ediciones anteriores; todo ello de gran impacto para promocionar los 111 pueblos que al día de hoy forman una colección de destinos sinigual.
El común denominador de los Pueblos Mágicos es la revalorización de la riqueza y el patrimonio cultural y natural de las pequeñas poblaciones del país, expandiendo su desarrollo y bienestar con el turismo como instrumento.
A lo largo del país encontramos ejemplos que hablan del éxito de Pueblos Mágicos. Por ejemplo, Huasca de Ocampo, en Hidalgo, estaba catalogado entre los municipios más pobres del país antes de recibir el nombramiento como primer Pueblo Mágico hace quince años; desde entonces ha quintuplicado la oferta de servicios turísticos, con todo el desarrollo económico, humano y social que esto conlleva. Existen también casos como el de Viesca en Coahuila, donde su inclusión en el programa le permitió reconfigurarse por completo de una vocación agrícola, que por circunstancias particulares estaba en franca contracción, a una de servicios y con ello prácticamente evitó convertirse en un pueblo fantasma.
En poblaciones como San Juan Teotihuacán y San Martín de las Pirámides en el Estado de México, el flujo de visitantes detonado por su pertenencia al programa ha contribuido a crear novedosos nichos de mercado como el de vuelos de globos aerostáticos. Muestra también de conversión de actividades es el pueblo mágico de Valladolid, en Yucatán, que dejó de ser sólo un lugar de paso para el turismo arqueológico, a un destino en sí mismo, desarrollando una oferta única caracterizada por su hospedaje en casonas viejas y ex haciendas y una gastronomía única.
Entre las características del programa destaca su alto grado de vinculación con la comunidad. El esfuerzo que implica cumplir con los requisitos del programa requiere de la cooperación de los habitantes de la zona y de distintos niveles de gobierno y autoridades. Gracias a los beneficios económicos que conlleva el nombramiento, aumenta el sentido de pertenencia y se refuerzan la identidad y el orgullo de los pobladores, los cuales se convierten en los principales interesados en mantener el distintivo, creándose con ello un círculo virtuoso de mejora continua.
Otro aspecto interesante radica en la diversificación geográfica de los nombramientos, pues hoy es posible encontrar al menos un pueblo mágico en cualquier estado del país, lo que ha servido para detonar la vocación turística de entidades como Hidalgo, Coahuila o Nuevo León, entre otros, que han encontrado una nueva veta de desarrollo y fuente de empleo para su comunidades.
Pueblos Mágicos es un concepto con reconocimiento internacional, por lo que México ha tenido acercamientos de otros países, como sucedió recientemente con el Reino Unido, interesados en nuestra experiencia y en importar el modelo.
En suma el Programa Pueblos Mágicos se ha constituido como un vehículo idóneo para avanzar en varios de los objetivos prioritarios de la administración del presidente Peña Nieto, en especial el de democratizar el desarrollo económico, a través de la creación de empleos y opciones de desarrollo sostenible a las comunidades.
Secretario de Turismo