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Hay que asumirlo y decirlo como es: el nuevo gobierno de Estados Unidos es abiertamente hostil hacia México. Antes de la llegada de Trump las dos partes repetían que México y Estados Unidos éramos vecinos, socios y amigos. Ahora ya sólo nos quedó lo de vecinos por un mero accidente geográfico. Si no reconocemos que Washington no guarda la menor consideración a sus relaciones con México, si tratamos de apaciguarlos o encontrar un acomodo, el saldo para nuestro país puede ser aun más negativo. Para el gobierno de Trump, México es la Austria de la Alemania nazi; el laboratorio donde pondrán a prueba su poderío y su proyección internacional.
Una muestra reciente de esta hostilidad, de este menosprecio, es que apenas dos días antes de la primera visita a México de los secretarios de Estado y de Seguridad Interna, se hayan anunciado las medidas más radicales de deportación de indocumentados de que se tenga memoria. Ni siquiera se nos corrió la atención de reunirse primero con las autoridades mexicanas para prevenirlas de los planes que tienen para que México vaya prepárandose ante lo que puede ser la oleada de deportaciones más grande de la historia. Las acciones anunciadas por el general John Kelly, secretario de Seguridad Interna, implican la deportación de todos los migrantes indocumentados mexicanos, alrededor de seis millones, y por si faltara algo, el amago de que también van a deportar hacia nuestro territorio a los centroamericanos, otros cuatro millones aproximadamente. México debe rehusarse a recibir nacionales de otros países. Pero, en tanto se litiga el asunto, vamos a requerir de enormes recursos en la frontera para que nuestras autoridades puedan determinar quién es mexicano y quien no lo es.
Así las cosas, durante la visita de hoy de Tyllerson y Kelly, hay poco espacio para la negociación porque los estadounidenses dirán que lo único que están haciendo es aplicar la ley migratoria, expulsando a todos los que se encuentran ilegalmente en ese país. Si Bush y Obama no quisieron llevar la ley hasta sus últimas consecuencias, ese es problema de ellos; Trump si va a aplicar la ley. Punto final.
Frente a este escenario (que puede reproducirse en el ámbito comercial) México tiene que diseñar una estrategia profunda para defender sus intereses, sin pensar en abonar a una buena relación con el vecino. Ellos no quieren, no les preocupa esa buena relación. Si ellos hacen lo que conviene a sus intereses, México deberá hacer lo propio y que cada quien saque sus cuentas. Ya no somos amigos ni socios, ese el mensaje claro que nos envían.
Hay mucha tarea por delante para nuestro país. Pero lo más urgente en estos momentos para México es salvaguardar la integridad de los paisanos y asegurar que al momento de ser deportados puedan traer consigo sus ahorros y sus pertenencias. Si nuestros migrantes regresan con dinero podrán rehacer su vida en México. Si los despojan de sus ganancias, regresarán frustrados, sin alternativas para iniciar negocios o subsistir siquiera. Es un asunto crítico que los paisanos puedan trasladar de inmediato sus ahorros a nuestro país. Hacienda y los bancos mexicanos tienen que abrirles una puerta especial para repatriar su patrimonio, antes de que ellos mismos sean deportados y regresen empobrecidos, sin empleo y sin expectativas.
Internacionalista