Nuestro gobierno acaba de implantar un nuevo récord: el de la política exterior más corta del mundo. El lunes, el presidente Peña Nieto anunció que uno de los dos pilares de nuestra diplomacia sería la diversificación de las relaciones internacionales de México. El martes, la Presidencia anunció que nuestro primer mandatario no asistirá a la reunión cumbre de países latinoamericanos y del Caribe en República Dominicana. El lunes anunció también que somos latinoamericanos por identidad y convicción. Más aun, que nuestra diplomacia tendría una proyección hemisférica, con acercamientos importantes hacia Brasil y Argentina, y una política de desarrollo para América Central. En la cumbre de Punta Cana tenía la valiosa oportunidad de encontrarse con los jefes de Estado de los otros 32 países de nuestra región, intercambiar visiones y generar estrategias y opciones para México. A cambio, se explica escuetamente que por “razones de agenda interna” no asistirá nuestro Presidente. Esta decisión merece una explicación más abundante, tanto para los mexicanos como para el resto de América Latina y el Caribe.
A cambio, está programado un viaje, el 31 de enero, a Washington. Se trata de una visita de alto riesgo y objetivos inciertos. Es una buena señal que los secretarios Videgaray y Guajardo hayan ido de avanzada a la capital estadounidense para cuidar hasta el último detalle; el fondo, los mensajes a los medios, el protocolo y sobre todo, que de esa reunión surja claridad sobre el rumbo de los nexos bilaterales. Deberán asegurase de que esta vez sí suscriban un comunicado conjunto, donde quede plasmado lo que se habló y los acuerdos a que hayan llegado. Por falta de un comunicado de este tipo, la última vez que vino Trump a México, todo terminó en una guerra de tuits donde cada quien daba su versión de lo ocurrido.
Esta visita es a tal grado importante que no debiera descartarse su cancelación. Los dos secretarios deberán medir con toda precisión si el encuentro permite arrojar un saldo positivo para México. Si el escenario no ofrece garantías de éxito, así sea moderado, deberán recomendar a nuestro Presidente que de plano no haga el viaje a Washington.
El peor de los escenarios, desde luego, sería que nuestro Presidente sea humillado y, del brazo de él todos los mexicanos, los de aquí y los de allá. El mejor de los resultados sería, por contra, que el nuevo presidente de Estados Unidos reconociera la importancia estratégica de la relación con México y mostrara una actitud de cooperación y entendimiento. Pero no nos hagamos ilusiones, esto no va a suceder. Al firmar una orden presidencial para la construcción del famoso muro fronterizo, Trump está anunciando que utilizará la presencia de Peña Nieto para engrandecer su agenda, para decirle a sus seguidores que está cumpliendo con sus promesas de campaña.
Para el día que llegue Peña Nieto a la Casa Blanca, el muro y la campaña antimigratoria ya estarán en marcha; el TLCAN sujeto a revisión, mientras los canadienses negocian bilateralmente, sin incluir a México. ¿Qué resultado positivo se puede obtener de un encuentro así? Al final, si se maneja con tacto, se dirá que “estamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo” o una frase similar.
La combinación de darle la espalda a América Latina y apostar a un cambio radical por parte de Trump nos dirige hacia a un riesgoso aislamiento internacional.
Internacionalista