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El jueves próximo los británicos decidirán si su país se mantiene o no como miembro de la Unión Europea; el ahora famoso referendo de la Brexit, por la mezcla de palabras entre Britain y Exit. Hace un mes, el voto en favor de mantenerse dentro de la UE superaba en 10 por ciento al de los separatistas. Al momento presente, las opiniones que desean que el Reino Unido se separe del resto de Europa ya superan a los que quieren mantenerse dentro de la Unión. En caso de que la votación determine la salida, para el año 2019 ese país formará parte de un universo paralelo.
Las consecuencias económicas, financieras y comerciales más evidentes e inmediatas se sentirán, desde luego, en Europa. El 15 por ciento del PIB de la Unión Europea lo aporta el Reino Unido. Londres sigue siendo el corazón del mercado financiero, con gran distancia sobre las bolsas de Frankfurt o de París. La Unión Europea que vendrá después del 2019 será menos próspera y tendrá una mayor dependencia hacia los capitales británicos. Mala perspectiva para una zona vital del mundo, donde la recesión ha hecho estragos en el empleo y ha llevado a crisis de endeudamiento hasta ahora intratables como es el caso de Grecia. Alemania aumentará más aun su liderazgo. Europa tendrá menos contrapesos y creará rivales donde antes había aliados. Uno de los tres motores principales de la economía mundial quedará averiado por tiempo indefinido y eso es una pésima señal para la recuperación internacional. China y Estados Unidos tendrán una mayor responsabilidad en la reanimación económica global, ante la perspectiva de una Europa distraída en resolver sus dilemas internos.
Pero más allá del impacto económico y financiero, la Brexit manda señales políticas igualmente inquietantes. La razón número uno por la cual la mayoría de los británicos desean salirse de la UE es la migración. El Reino Unido está de acuerdo (y de hecho se ha beneficiado mucho) con la libre circulación de mercancías y de capitales. Pero no así en la movilidad sin restricciones de las personas. Sobre todo les aterra la posibilidad de que Turquía se haga miembro de la UE y por ende que más musulmanes puedan llegar libremente a las islas británicas. Episodios sangrientos como las matanzas de París y de Orlando parecen inclinar a los británicos a tener sus propias reglas migratorias, de seguridad y de asimilación de refugiados. Rechazan de manera cada día más abierta que Bruselas defina las normas por las cuales el Reino Unido debe aceptar o no flujos de extranjeros. Salirse de la Unión Europea equivaldría a construir el muro fronterizo que planea levantar Trump, sólo que a los británicos les protege el mar. Ahora sí, literalmente, Londres está metiendo mar de por medio.
Al gobierno de Estados Unidos no le agrada en lo más mínimo que Gran Bretaña se retire de la UE. Saben que una Europa frágil beneficia a rivales como Rusia, lastima el comercio internacional y encarece las labores de defensa. El efecto de la Brexit ha impactado ya hasta la cotización del peso mexicano, que por primera vez ronda los 20 pesos por un dólar. El jueves que viene, todo el mundo tendrá que sacar cuentas claras del incierto escenario que se avecina.
Internacionalista