Hay que reconocerlo de entrada; defender la versión caribeña de Donald Trump no es tarea sencilla. Maduro y Trump se asemejan mucho en su intolerancia a la crítica, a quien piense distinto, en poseer la sabiduría única e indiscutible sobre lo que el pueblo quiere y anhela, en su visión de que, quien no está conmigo es un traidor a la patria. Esa es la difícil encomienda que tiene en sus manos la señora Delcy Rodríguez, ministra de Relaciones Exteriores de Venezuela.

Esta semana, la canciller de México y los presidentes de los tres principales partidos políticos de nuestro país recibieron a la opositora venezolana Lilian Tintori y, hay que decirlo con todas sus letras, hicieron muy bien. Hicieron lo correcto, lo que se espera del liderazgo político de los mexicanos y de nuestra proyección hacia el mundo. La esposa del preso político más emblemático de Venezuela vino a nuestro país a recabar expresiones de solidaridad y apoyo, convencida de que el régimen bolivariano hará lo que sea para reducir y marginar cualquier forma de oposición. La señora Tintori, como tantos otros venezolanos, están conscientes de lo desigual que es la lucha política en su país. Saben que la condena de la comunidad mundial es una herramienta indispensable para que el gobierno de Caracas respete las garantías de sus ciudadanos y las reglas de la democracia.

Los insultos y amenazas de la Canciller de Venezuela hacia Claudia Ruiz Massieu no se hicieron esperar. Sus reacciones fluyeron conforme a la partitura de la más anticuada retórica que pervive en nuestra región. En sus mensajes de Twitter, la encargada de la diplomacia venezolana afirmó que recibir a la esposa de Leopoldo López viola el derecho internacional, constituye una campaña apátrida en contra de Venezuela y atiende a órdenes imperiales.

Lo más probable es que esos tuits fueron escritos con mucho enojo, pero poca reflexión. Resultaría por demás interesante buscar en la jurisprudencia internacional las normas que viola un Estado cuando recibe a un ciudadano extranjero. Bajo esta premisa, Venezuela sería la única calificada para decirnos a los mexicanos o al resto del mundo con quién podemos reunirnos para no violar el derecho internacional. Elaboremos entonces una lista negra mundial de los indeseables favoritos de cada gobierno para que nadie se atreva a darles audiencia.

La sección apátrida es igualmente reveladora. Apátrida significa que carece de nacionalidad. Por ende, los planteamientos de la señora Tintori, proceden, según la canciller Rodríguez, de alguien que no es venezolana ni rusa, ni mexicana, ni nada; es una apátrida. ¿Y por qué? Porque no comulga con las ideas del régimen. Eso la hace opositora, no apátrida.

Y la joya final es la crítica a nuestra canciller por acatar instrucciones del imperio. Es decir, todo aquél que no siga a pie juntillas el ideario chavista o sea un fiel admirador de la obra edificante del presidente Maduro, es en automático un empleado del imperio. La implicación del insulto es precisa.

Los improperios de la canciller venezolana, los argumentos que escogió, han permitido que los mexicanos podamos palpar los niveles de intolerancia con que opera el régimen bolivariano. Al interior de Venezuela han buscado, por todos los medios, nulificar y reprimir a quien no piensa como ellos. De ahí el arresto de Leopoldo López y el cierre de medios de comunicación que no respalden sus ideas. En el plano internacional no podrán imponer mordazas. Insultar a México no les va a ayudar a convencer al mundo.

Internacionalista

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