Si la FEPADE existiera en Venezuela, se daría el festín de su vida. No le alcanzaría el tiempo para ocuparse de casos tan irrisorios como el que ahora padece Arturo Escobar.

El mandatario venezolano, Nicolás Maduro, ha advertido que si la oposición llega a ganar las elecciones legislativas del próximo domingo implantará un gobierno cívico-militar. Es decir, aunque su partido pierda en las urnas, como parecen anticiparlo las encuestas, Maduro fortalecerá su control de facto sobre la sociedad venezolana. La oposición, que es la suma de todas las fuerzas que rechazan la prolongación del chavismo, ha pedido a los militares que reconozcan el resultado electoral. Pero saben de antemano que el Ejército seguirá las instrucciones de Maduro.

En un acto de valentía política inusitado, el secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, envió una comunicación al presidente Maduro, exhortándolo a que respete las normas democráticas y los derechos humanos. Ese es su papel, como garante de la Carta Democrática Interamericana, de la cual Venezuela es país signatario. A diferencia de su tibio predecesor en el cargo, Almagro ha tomado en serio sus funciones y de ahí el llamado de atención a Venezuela.

La respuesta de Maduro fue irreflexiva y cortante: calificó de “basura” al secretario general de la OEA. Su aliado nicaragüense, Daniel Ortega se sumó a la ofensiva contra Almagro, descalificándolo con el clásico de “sirviente de los yanquis”. A estos dos personajes debe parecerles que lo normal y aceptable sería que ante el asesinato de un líder de la oposición, el régimen de terror que se aplica a los opositores y el encarcelamiento e intimidación que se ejerce contra cualquiera que opine de manera distinta a los chavistas, el mundo entero debiera aplaudirle por su esmerada actuación política.

Almagro ha respondido a Maduro con una vehemencia proporcional a los ataques recibidos. En una carta insólita le hace ver que la verdadera basura sería mantener una actitud complaciente hacia la forma en que el gobierno de Maduro pisotea los derechos de los venezolanos a opinar y tomar sus decisiones políticas. El siguiente paso, por la vía diplomática, sería invocar la Carta Democrática y anular la participación de Venezuela con una suspensión en las labores de la OEA. Sin embargo, este escenario se enfrenta a dos obstáculos: para excluir a cualquier país por violaciones a los principios democráticos, al menos un Estado miembro de la OEA debe denunciarlo formalmente. Por economía política, con tal de no comprar un pleito internacional, se antoja remota la posibilidad de que algún gobierno de América se anime a poner al gobierno de Maduro en el banquillo de los acusados. Al hacerlo así, todos los gobiernos del continente convierten a la Carta Democrática en letra muerta, en una broma cruel de la diplomacia regional. La segunda razón por la cual no se aplicarán las sanciones es porque a Maduro le serviría para denunciar que existe una conspiración internacional en su contra, una especie de compló. Así las cosas, el pronóstico es que, aunque pierda en las urnas, Maduro ganará el próximo domingo.

Una forma de mirarlo es esta: si llegásemos a enfrentar un escenario de esta naturaleza en México, los mexicanos esperaríamos que la familia interamericana le pusiera un alto al régimen y se reanudara el camino de la democracia. A todos nos puede suceder, pero no lo estamos haciendo por los venezolanos y nos ponemos en riesgo. Necesitamos más Almagros.

Internacionalista

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