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Las sociedades crean narrativas para justificar su existencia. Para que una narrativa haga sentido debe construir una idea de lo que pertenece a la sociedad y lo que no: nosotros y ellos. Esta construcción de la otredad da sentido al interior. En su ensayo sobre la locura el filósofo Michel Foucault argumenta que cada sociedad crea a sus locos y a sus criminales; para éstos inventa el manicomio o la cárcel. De esta forma se delimitan los confines del dentro y el afuera.
Pero cuando los parámetros de lo aceptable y lo prohibido no estan claramente delimitados, estos dos espacios funcionan más como complementos que como barreras de contención. En ese sentido el túnel del “Chapo” Guzman funciona como una perfecta metáfora de una sociedad que en las formas busca instaurar estas delimitaciones pero que en el fondo está llena de túneles subterráneos que conectan el afuera con el adentro. Los dos espacios son intercambiables porque no existe ninguna construcción física o social que los separe.
En el mundo prehispánico los opuestos no existían. Lo diferente se complementaba en la dualidad. La extraordinaria figura de la Coatlicue -hoy en el Museo de Antropología- muestra esta manera de entender el mundo. La unión de dos rostros de serpiente construyen su cara. De su cuello cuelgan corazones y cráneos. Vida y muerte, bien y mal son indisolubles. Es un acercamiento conceptual muy distinto al de la sociedad occidental. En el mundo judeo-cristiano la noción de los opuestos es fundacional. El bien y el mal se rechazan y combaten constantemente por dominarse uno al otro.
En la psique estadounidense estas nociones occidentales están fuertemente arraigadas. La sociedad norteamericana ha sido construida bajo una retórica de los opuestos. El bien y el mal aparecen como conceptos y personajes protagónicos de la vida diaria y las políticas públicas. El mito fundacional de la excepcionalidad norteamericana está cimentado en este concepto. Los Estados Unidos tienen una misión universal porque en su forma de entender el mundo ellos representan el “bien”. Por ello cuando el presidente George W Bush declaró la guerra a Iraq, se refirió a ellos como el “eje del mal”. Se trata de una narrativa muy útil porque simplifica conceptos construyendo un sistema de creencias basado en conceptos antagónicos que requieren de respuesta; ante el miedo, la unión, ante el mal, el bien.
El concepto de la “guerra” es absoluto. En ella sólo existen dos alternativas: o nosotros o ellos; los buenos o los malos. Por eso cuando quiso combatir el mercado de la droga, Reagan acuñó el término la “guerra contra las drogas”. Una muletilla retórica que simplificó un fenómeno mucho más complejo en el que -de facto- intervienen los supuestamente “buenos” y los “malos”. Ésta es la misma narrativa que ha adoptado el gobierno mexicano bajo la influencia y presión norteamericana. El problema es que esta concepción occidental del bien y el mal no está arraigada en México y por ello la sociedad no está dispuesta a adentrarse en está ilusión colectiva.
Al tratar de emular el discurso estadounidense el gobierno mexicano se acaba disparando en el pie. No sólo porque en nuestra sociedad impera aún un ligero barniz de pensamiento de dualidad sino porque la corrupción y la incompetencia gubernamental acaban por confundir a la población. La idea de que ellos, los criminales son los malos, y nosotros, sociedad, somos los buenos, es un concepto fallido. Aquí los buenos son malos y los policías son ladrones.
En su análisis sobre la fuga del Chapo el periodista Ed Vulliamy hace hincapié en esta situación. “el modelo de reacción estilo policías y ladrones a sucesos como el escape de Guzmán -o incluso, toda la farsa de la “guerra contra las drogas”- está en bancarrota; la idea de nuestra sociedad saludable peleando contra criminales fuera de la ley es una fantasía. Lo sucedido con HSBC y la tradición de convivencia entre el Estado mexicano y el cártel de Guzmán convierten la idea de una línea divisoria entre la criminalidad y la legalidad en una mentira absoluta.”
En ese sentido la realidad del narcotráfico es mucho más parecida a la visión prehispánica del mundo que a la occidental. Los carteles actúan como agentes racionales en una lógica de mercado. La oferta y la demanda. No es que pertenezcan a un mundo meta-social sino que la sociedad misma los construye a través de su demanda por drogas y trabajo.
En muchos casos, en México el crimen no funcionan al margen de la sociedad sino como una parte intrínseca de ella. Este fenómeno ha sido exacerbado por la inviabilidad de nuestras instituciones y la terrible corrupción que las corroe. El escape del Chapo viene a demostrar que las líneas que dividen a los policías y ladrones son superfluas e intrascendentes. La concepción mexicana de la dualidad no solo proviene de un entendimiento prehispánico del cosmos sino de la constatación empírica de una realidad innegable. El túnel por el que escapó el Chapo es una constatación física de la incapacidad de nuestra sociedad de socavar las vías de acceso entre el mundo de la sociedad y aquello que busca destruirla.
@emiliolezama
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