El último cuarto del siglo XX México fue considerado uno de los principales países productores de petróleo; la situación, lamentablemente, cambió al iniciar el siglo XXI. La producción entró en una espiral de declive que tuvo uno de sus registros más desalentadores en el primer semestre de 2017, con el reporte de números rojos en varios indicadores de Petróleos Mexicanos.

En ese último lapso, el país dejó de producir 188 mil barriles diarios de petróleo y la producción de gas cayó 11.1%, lo que equivale a la mitad de las necesidades de la industria.

Mientras la mayoría del resto de las naciones petroleras se ha consolidado, México dejó a la deriva una de sus industrias más importantes. Por décadas, Pemex fue el gran proveedor de cuantiosos recursos para el Estado; expertos han documentado que la mayor parte del dinero se destinó al gasto corriente en lugar de reinvertirlo en el sector petrolero, especialmente en el rubro de exploración.

Desde 2009 Pemex registraba balances financieros negativos y para 2014 sus obligaciones superaban el valor de sus activos. En 2015 tuvo pérdidas por 128 mil millones de pesos y además tuvo que pagar impuestos por 393 mil millones. Situación nada lógica, financieramiente inviable y sin margen para la inversión.

La caída del precio del barril de petróleo hace un año acentuó la crisis en Pemex, la cual se extendió de manera automática a varias zonas del país que basaron su economía totalmente en la producción de crudo; hay ciudades en el sureste cuya actividad está prácticamente paralizada por la reducción de operaciones en la petrolera.

La empresa ha logrado cambios en el contrato colectivo con el sindicato petrolero —como el aumento la edad mínima para retirarse— lo que da un respiro a las finanzas. Sin embargo tiene abierto otro frente: el que representa la extracción clandestina de combustible en los ductos que recorren varias regiones del país. El secretario de Hacienda ha estimado el costo del ilícito entre 15 mil y 20 mil millones de pesos al año.

El manejo de la industria petrolera a lo largo de las últimas décadas no fue el más óptimo, prevaleció el derroche y el trato a Pemex como fuente inagotable de recursos para financiar al país. Por años hubo voces que advertían de malos tiempos para la industria petrolera, pero no fueron escuchadas.

Las bases para el cambio estructural de la industria ya están colocadas. Es cuestión de tiempo de que las reformas rindan frutos y de que los gobiernos por venir dejen a la ahora empresa productiva del Estado definir su ruta con base en la productividad y la competitividad. Hace mucho ese debió haber sido el objetivo único de Pemex.

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