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El destino de la política exterior del gobierno del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es todavía incierto. A la tensa relación con Rusia y China, los amagos bélicos contra Siria o Corea del Norte y la hostilidad hacia México, hay que sumar la decisión de revertir la apertura política y económica que su antecesor, Barack Obama, instauró hacia Cuba. La diplomacia de la administración Trump tiene un rumbo hasta hoy errante, hostil e indefinido.
La política definida por el republicano representa un claro retroceso ante los avances que, aunque a paso lento, daban Estados Unidos y Cuba en orden a recuperar un vínculo relevante para ambos países. El bloqueo hacia los caribeños fracasó y demostró en su momento ser inútil ante la realidad del mundo globalizado, argumentos insuficientes para Donald Trump, quien con esta medida sigue poniendo en juego el papel estratégico de su país en el concierto internacional.
La equivocación de Trump es histórica no sólo porque revierte una política destacada de la administración Obama, sino porque es un reflejo más de que el presidente del país más poderoso del mundo no comprende el liderazgo que debe desempeñar en una coyuntura como la que atraviesa la población mundial en la actualidad. El rancio nacionalismo de Trump retrata la escasa visión y capacidad del mandatario para asumir el papel que le corresponde.
Al parecer, el legado de Trump será deshacer las decisiones tomadas por gobiernos anteriores. De Barack Obama, Trump buscó revertir las reformas al sistema de salud. Del mismo modo, ha ordenado la revisión de acuerdos fundamentales como el nuclear con Irán o el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Desde que llegó Trump al poder, Estados Unidos ha dejado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y anuló el Plan de Energía Limpia implementado por la administración previa. ¿Cuál es el objetivo del presidente al instaurar medidas que, de entrada, no tienen sentido? Los resultados no son palpables hasta el momento, pero se prevén costos a largo plazo para su país y los involucrados.
Las relaciones diplomáticas en la región están en riesgo en buena medida por la impericia y hostilidad de Donald Trump hacia los países vecinos. La decisión del republicano respecto a Cuba es un argumento más en contra de la unidad regional, realidad que no conviene a nadie. La sistemática violación de los derechos humanos en la nación caribeña no justifica hacer política exterior a base de ocurrencias. Estados Unidos deberá recapacitar y, por el bien de la región, más vale que sea lo antes posible.