Nuestro país ha ganado notoriedad en el plano internacional no solo a partir de los permanentes ataques del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hacia los migrantes mexicanos, los cárteles del narcotráfico o al Tratado de Libre Comercio. Desde hace tiempo, desde dentro estallan continuamente escándalos que proyectan una imagen negativa de México en el escenario global.
Las evidencias de corrupción en altos niveles de distintos gobiernos, demostradas en diferentes casos y personajes, reflejan al mundo una severa descomposición de las estructuras democráticas mexicanas, lo que deriva en consecuencias políticas y económicas para el país. Si no existe fortaleza institucional, cuando la corrupción hace prevalecer la impunidad, el flujo de inversiones tiende a disminuir y se acentúa la fragmentación social.
Desde hace tiempo, el espectáculo que México ofrece a nivel internacional alcanza niveles preocupantes. Las detenciones de los ex gobernadores Javier Duarte, de Veracruz, y Tomás Yarrington, de Tamaulipas, son solo el principio. Le sigue de cerca el escándalo brasileño de Odebrecht, en el que también han surgido nombres de ex funcionarios mexicanos involucrados.
Asimismo, han sido notables los ejemplos de funcionarios y servidores públicos que abusaron de sus cargos y del erario; destacan aquellos que endeudaron entidades sin control, que hicieron uso excesivo de la fuerza pública o que, con desdén hacia las mayorías, impusieron su voluntad aunque se tratara de políticas injustas y al límite de la legalidad.
El quehacer público en México merece un serio replanteamiento para estar a la altura de su ciudadanía. Es un proceso en el que la sociedad, relegada de forma permanente de las decisiones comunes, debe tener un papel protagónico para que quede claro que la corrupción, la impunidad, la descomposición estructural o la debilidad de las instituciones no definen a nuestro país.
La sociedad mexicana goza de la mayor fuerza laboral de su historia, representada en su mayoría por la juventud. El bono demográfico representa una oportunidad única de alcanzar un escalón económico más alto para todos. El país tiene amplias capacidades en las industrias turística, aeronáutica y automovilística, por mencionar algunas. Aquí han nacido numerosas empresas de clase mundial y se han venido a instalar otras tantas.
Los mexicanos están entre los ciudadanos más felices en el planeta. Las características socioculturales e idiosincrasia muestran un rostro del país que no se suele observar, pero que sí define lo que somos y delinea lo que podemos llegar a ser. México es más que políticos corruptos y gobiernos incapaces. El reto de definir un futuro común está ahí, es tiempo de asumirlo conjuntamente y en plenitud.