El centenario de EL UNIVERSAL es un hecho histórico propicio para reflexionar sobre el incontestable avance de dos derechos que son presupuesto indispensable para la conformación de una sociedad democrática.

Ni qué decir tiene que hace cien años las posibilidades de externar ideas y pensamientos se encontraban condicionadas por la fuerte disputa ideológica entre quienes veían la gesta revolucionaria como un episodio que permitiría imponer una nueva visión sobre las condiciones de vida y de desarrollo individual y colectivo a partir de una estructura estatal sensible a los intereses de grupos históricamente explotados y excluidos.

La opinión pública se dividía entre quienes intentaban consolidar el ideario de la Revolución y quienes, al margen de los postulados de ésta, buscaban señalar los riesgos de la recomposición de las bases de organización social y del entero edificio del Estado.

La inicial homogeneidad social y política que se generó con posterioridad a la promulgación de la Constitución, pronto encontraría en la libertad de expresión a un aliado fundamental para abrir paso a ese lento pero consistente camino a favor de la conformación de una pluralidad ideológica que se materializó, entre otras cosas, en la configuración del Partido Nacional Revolucionario y el Partido Acción Nacional.

A partir de que el ejercicio representativo se condujo a través de la confrontación electoral entre partidos políticos capaces de aglutinar a un segmento representativo del electorado, la libertad de expresión y el acceso a la información se erigieron en piezas fundamentales del ámbito público y, unas décadas más tarde, del cambio democrático. Este devenir a veces se encontró con las dificultades propias de un sistema de partido hegemónico, pero siguió su avance gradual.

Las décadas de los sesenta y los setenta se caracterizaron por la eclosión de fuerzas políticas, por la diversificación de discursos y propuestas, la propagación de ideologías diversas y el acrecentamiento de las críticas, diferencias y contrastes entre mensajes de contenido político-electoral. La pluralidad política comenzó a vigorizarse. Todo ello se acompañó del progresivo ensanchamiento de los medios de comunicación, la ampliación de sus coberturas informativas y el enriquecimiento de sus líneas editoriales, además de la redefinición del alcance nacional, regional o local de su presencia.

Fue precisamente el papel de los medios en las elecciones presidenciales de 1988 y 1994 lo que terminó de evidenciar su relevancia como portadores de los mensajes de contenido político, socializadores por excelencia de la información de interés público. Así, se afianzaron como poderosos instrumentos para incidir en la voluntad popular, lo que condujo a pensar en reglas para orientar la cobertura televisiva de los procesos electorales bajo parámetros de equidad cuantitativa y -sobre todo- cualitativa.

La última década del siglo pasado y la primera del actual trajeron consigo un cambio de proporciones mayúsculas. En primer lugar porque el incesante avance tecnológico multiplicó las plataformas informativas, a partir de lo cual la televisión y la prensa empezaron a convivir con las redes sociales; además, porque modificaron diametralmente el acceso a la información para instalar en el imaginario colectivo la necesidad de contar con información en tiempo real; y, finalmente, porque la abrumadora cantidad de noticias difundidas desde diversos formatos exigió una cuidadosa labor de selección y de corroboración de fuentes.

Aunado a ello, la institucionalización de la transparencia y el acceso a la información ha venido a establecer las bases de un gobierno obligado a documentar su labor diaria, a fomentar la apertura hacia el escrutinio social. Esto ha propiciado que la sociedad pueda estar informada de un ámbito que hasta entonces estaba fuertemente vedado.

El enraizamiento del pluralismo político se produjo de la mano de la diversificación de opciones dentro de los medios de comunicación y del ejercicio cada vez más amplio de la libertad de expresión. Hoy en día es común tener acceso a una cantidad inabarcable de información, escuchar críticas cada vez más francas al ejercicio de gobierno o al comportamiento de la clase política, y documentar los excesos en el ejercicio del poder, cuya socialización mediática, empieza a tener consecuencias directas e inmediatas. Esto se ha demostrado, por ejemplo, en las últimas elecciones en Veracruz, Quintana Roo y Chihuahua.

Hoy nadie puede dudar que los medios de comunicación son indispensables en la consolidación de una sociedad democrática y que jugarán un papel de primer orden en las elecciones generales de 2018.

En este contexto, hay que congratularnos por el centenario de un medio de información como el que representa EL UNIVERSAL. A lo largo de su fecunda vida ha sido la memoria documental de nuestro pasado revolucionario y del proceso de edificación constitucional. Ha dejado testimonio de los acontecimientos más relevantes allende nuestras fronteras, ha documentado el cambio político, social y cultural de nuestro país, y ha sido un actor fundamental de la profundización democrática en la que se desenvuelve una sociedad tan plural y diversa como la nuestra.

Es un medio visionario porque ha tenido la capacidad de adaptarse a las exigencias informativas y tecnológicas que cada etapa de este centenario ha exigido. Y es un medio potenciador del ejercicio de las libertades de expresión y de información. Nada menos. Enhorabuena por ello.

Académico de la UNAM.

@AstudilloCesar

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