“La primera vez que Trump llamó a los mexicanos ‘ladrones, violadores y criminales’ yo no me sentí aludido. Mi perfil no corresponde con ninguna de esas palabras.
La segunda vez que machaconamente repitió los insultos me dije: ‘eso ya calienta’.
La tercera vez me envolví en la bandera nacional y le menté la madre.”
Esas son las palabras de un amigo que expresó la indignación compartida por millones de mexicanos.
Como lo ha dicho atinadamente Enrique Krauze (The New York Times, 17 enero 2017) Trump amenaza a un buen vecino, y por ello el Congreso mexicano debe exigir una disculpa por parte de quien nos ha llamado violadores y criminales, al tiempo que el gobierno de la República deje claro que la mera idea de construir el muro fronterizo es un acto hostil que rechazamos y que impedirá cualquier negociación posterior de buena fe.
¿Por qué nos odia Trump? me preguntó un taxista de CDMX cuando me conducía del aeropuerto capitalino a mi casa, de regreso de un viaje a Washington. ¿Qué trae contra nosotros? se interrogaba a sí mismo.
Estamos inmersos en una guerra cultural. Por primera vez en décadas, la afrenta unifica a los mexicanos de todas las clases sociales.
El bully Trump hizo algo mucho más profundo: atacó a la identidad mexicana. Nos considera una raza inferior, despreciable. Puede ser que nos necesiten para levantar las cosechas, sacar la basura, limpiar calles, arreglar jardines, asear oficinas, atender mesas de restaurante, o cuidar viejitos, pero para él no somos dignos de ser sus socios.
Los mexicanos hemos respondido con una gama de mensajes que van del entreguismo vergonzoso de quienes se ponen como alfombra para complacer al bully, hasta el nacionalismo ramplón de aquellos que llaman a cortar lazos con Estados Unidos y con los estadounidenses, estén de acuerdo o no con Trump.
El daño está hecho. El agravio no se olvida. Sus propios electores le exigirán a Trump cumplir sus amenazas contra México en comercio, migración y seguridad. El ojo por ojo y diente por diente nos dañará a ambos. Tenemos que enfrentar a Trump en los temas que sean dañinos para nuestra gente, y también negociar asuntos que pudieran ser de beneficio común.
Hoy se despide Barack Obama. La guerra cultural del odio y la discriminación se enfiló contra él durante ocho años por parte de grupos racistas que no podían aceptar que un afroamericano llegase a la Casa Blanca.
En un contraste que lo enaltece, el 3 de mayo de 2013 en el Museo Nacional de Antropología, Obama apeló a la actitud abierta de los estudiantes y jóvenes mexicanos para conectar y colaborar entre nuestras culturas. Muchos estadounidenses que son nuestros aliados y temen por el rumbo de su país, se identifican con ese llamado y con las palabras de hasta luego de Obama: ‘Les pido que crean: no en mi capacidad para producir el cambio, sino en la de ustedes.’ Hoy toca multiplicar nuestros vínculos con estos estadounidenses.
Con todo, Trump no creó ni es responsable de nuestros problemas atávicos. La defensa de la soberanía no consiste en gritarle al bully, sino en sentar las bases para que los mexicanos podamos ser mejores personas, capaces de construir un país donde se castigue la corrupción, se ataquen las causas de la pobreza y la desigualdad, se frene la violencia y se combata la impunidad.
‘Mexicanos al grito de guerra’ reza nuestro himno nacional. La verdadera guerra no es contra Trump, sino, como lo expresa Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, para liberarnos de las ataduras de la ignorancia, de la marginación, del autoritarismo, de la improductividad, del desempleo y del sojuzgamiento neocolonial. Sólo entonces tendremos la dignidad de defender afuera lo que deberíamos practicar adentro.
Profesor asociado en el CIDE.
@Carlos_Tampico