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Erandi nació en el año 2002 en una comunidad de la meseta p’urhépecha, pero sus padres la llevaron recién nacida a una zona agrícola en California. Allá creció, hablando p’urhépecha en casa e inglés en la escuela; el español es su tercera lengua.
En 2009 sus papás fueron deportados por no tener papeles, y regresaron a Michoacán con su niña.
Cuando Erandi llegó a la escuela de su comunidad nadie sabía qué hacer. La ‘bulearon’, le dijeron de todo, la mandaron al rincón porque no entendía bien lo que le decían.
Un día llegó a la comunidad una funcionaria del sector educativo, que hablaba inglés, y tuvo la sensibilidad para entender la situación de Erandi. Echaron a andar un sencillo programa de asimilación. Erandi les enseñó canciones y juegos en inglés, convirtiendo su diferencia en una ventaja y no en una carga.
Alí nació y creció en Nueva Jersey entre la comunidad inmigrante poblana. Es un activista y organizador bilingüe entre los miembros de su comunidad, que están repartidos aquí y allá. Puede moverse entre ambos países, entre los dos idiomas y entre sus dos culturas.
Ha vivido en el filo de la navaja por la discriminación racial, pero el peor trato se lo propinaron los estudiantes de una universidad privada poblana cuando vino a estudiar un curso de verano en el país de sus antepasados. Le dijeron indio, le endilgaron apodos despectivos, le hicieron saber de mil maneras que él no pertenecía a la pigmentocracia mexicana de piel blanca y de altos ingresos.
¿Qué define la mexicanidad? ¿hay algunos mexicanos más mexicanos que otros?, ¿qué es ser estadounidense?, ¿sólo los gringos blancos de ascendencia anglosajona y religión protestante son buenos estadounidenses?
Tanto Erandi como Alí, ambos mexicanos de facciones indígenas y tez morena, sufrieron un trato más denigrante y discriminatorio en México que en Estados Unidos.
Acusamos a Trump de promover el odio contra los mexicanos y de querer construir un muro entre nuestros dos países, pero en los hechos nosotros mismos edificamos barreras que impiden mayor movilidad y mejor conocimiento mutuo entre los mexicanos de aquí y los mexicanos de allá, como lo evidencian los casos de Erandi y Alí.
Hoy tenemos cientos de miles de estudiantes ‘atrapados’ entre los sistemas escolares de México y de Estados Unidos. El proceso de homologación de estudios y de certificación de conocimientos poco a poco va superando diferencias de sistemas y trabas burocráticas, pero falta mucho por hacer.
El Programa Interdisciplinario sobre Políticas y Prácticas Educativas del CIDE, y la Universidad de California-Riverside, impulsan el proyecto ‘Los estudiantes que compartimos’, orientado a buscar soluciones a este problema.
La SRE, el Instituto de los Mexicanos en el Exterior, la SEP, el Conapred, y el Sistema de Protección Integral de Niños, Niñas y Adolescentes están dando pasos para acercar a ambas comunidades. Las autoridades educativas al más alto nivel de ambos países suscribieron en julio de 2016 un instrumento para la transferencia e inscripción oportuna de los estudiantes que migran, en cualquier dirección, entre México y Estados Unidos, sin importar su estatus migratorio, a fin de promover la continuidad en su educación.
Además de compartir estudiantes, de EU y de México, enfrentamos un desafío común: superar la inclusión excluyente tanto del melting pot (crisol de razas) como del mestizaje. En ambos países se da la coexistencia de grupos étnicos en una especie de ‘juntos pero no revueltos’, o sea, separados en los hechos por barreras económicas y raciales. Debemos dejar claro que el color de la piel no debe impedir que las personas ocupen una posición de poder en la sociedad.
Profesor asociado en el CIDE
@Carlos_Tampico