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No hay nada en esta campaña presidencial en Estados Unidos —polarizada y con el tufo de demagogia, xenofobia e inopia que despide uno de los candidatos— que Donald Trump y Hillary Clinton compartan. O, mejor dicho, casi nada. Porque de hecho, sí hay una cosa que el candidato republicano y la candidata demócrata han hecho juntos a lo largo de la contienda: minar el libre comercio.
Hay un dicho en Washington que afirma que para echar a andar la negociación de un tratado de libre comercio se requiere de un republicano, pero que para concluirlo e instrumentarlo se requiere de un demócrata. Todavía hace un par de años, la aprobación de acuerdos comerciales era uno de los pocos temas que permitía a ambos partidos —y a la Casa Blanca y un Capitolio controlado por el GOP— mostrar que un Washington dividido podía trabajar de la mano. Pero eso fue antes de que arrancara la precampaña. Trump declararía a pocos días de lanzar su candidatura que el TPP (Acuerdo de Asociación Transpacífico) era una “violación” al país y que renegociaría el TLCAN. Y simultáneamente, Bernie Sanders arremetió contra los acuerdos comerciales y su impacto para el empleo en el sector manufacturero, haciendo que en la precampaña, Clinton —una de las principales promotoras del TPP durante su gestión como secretaria de Estado— decidiera, en un intento por evitar que Sanders la rebasara por la izquierda, denunciar el tratado tal y como fue negociado. A contrapelo del patrón de recriminaciones mutuas que ha caracterizado la interacción reciente entre ambos partidos y sus bancadas en el Congreso, tanto demócratas como republicanos a favor del TPP no se están culpando unos a los otros por las nulas perspectivas de ratificación en el corto plazo. De hecho, hay un consenso bipartidista entre quienes votaron en su momento a favor de la autorización de negociación (el llamado fast track) de que tanto Trump como Clinton —montados en la retórica de la campaña y ante la animadversión que el TPP y el TLCAN suscitan en sectores del electorado que serán clave en noviembre (votantes independientes y trabajadores de cuello azul)— son los responsables de que las probabilidades de que el TPP entre en vigor este año —o en el futuro cercano— sean magras.
La campaña en sí misma no es la única razón por la cual el TPP está en serios aprietos o que el TLCAN resurja como la bestia negra entre algunos sectores del electorado estadounidense. El declive del sector manufacturero en EU comenzó por lo menos una década antes de la suscripción del TLCAN con México y Canadá, y a partir del acuerdo la economía estadounidense ha creado 30 millones de empleos (contra los 683 mil que se calcula se perdieron por el tratado). Pero el tema es que nunca se instrumentaron mecanismos de compensación y redes de seguridad para los que inevitablemente pierden con estos acuerdos, lo cual sigue contaminando el debate de negociaciones comerciales posteriores. Además, en el caso del TPP, cálculos políticos —particularmente entre la mayoría republicana encaminados a negarle al presidente una victoria— redujeron notablemente la ventana de oportunidad para que el Ejecutivo sometiera a debate y ratificación el TPP con suficiente antelación al arranque de las precampañas.
Es posible que ahora, al igual que lo ocurrido en los comicios de 1992 y 2008, candidatos demócratas que en campaña se habían pronunciado en contra del TLCAN —Bill Clinton y Barack Obama, respectivamente— una vez en el poder ajusten sus posiciones. Pero sea o no éste el caso en 2017 —y el jefe de campaña de Clinton acaba de declarar que la oposición de la candidata al TPP se mantendrá por igual antes y después del 8 de noviembre— el daño al TPP por parte de ambas campañas, tal y como está negociado parece ser irreversible. Y sin TPP, no hay una modernización y puesta al día en automático del TLCAN. En su ausencia, y con un ambiente tóxico contra los acuerdos de libre comercio —empezando por el propio TLCAN— y las heridas supurantes que dejará la campaña antimexicana de Trump para la imagen e intereses de nuestro país en EU, se abre un compás peligroso para el bienestar y prosperidad económica futura de los dos vecinos, sobre todo si se abonan lecturas de que es posible y aceptable la renegociación del TLCAN.
Atacar al libre comercio, particularmente cuando se le vincula con el cierre de una fábrica, puede ser muy popular en esta campaña. Pero lo que Trump y Clinton han hecho alimentando el rechazo al libre comercio —en el caso del primero con mentiras y fanfarronadas, y en el caso de la segunda dándole la vuelta a hablar con claridad sobre los beneficios que conllevan el TLCAN y TPP— es, en un periodo de volatilidad y fluidez geopolítica y económica globales, como sembrar vientos en temporada de huracanes.
Consultor internacional