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Una elección presidencial estadounidense de por sí ya impredecible y volátil, con los extremos ideológicos de la derecha republicana y la izquierda demócrata en franca rebelión contra sus respectivos liderazgos partidistas y dinastías políticas, ha estallado por los cielos. Ya no sólo está en juego la Casa Blanca; el control del Senado y el equilibrio ideológico en la Suprema Corte se han convertido en sus nuevos frentes de batalla. Y es que el fallecimiento inesperado la semana antepasada de Antonin Scalia, uno de los nueve jueces de la Corte, movilizará al voto duro de ambos partidos preocupado por los posibles cambios sísmicos que podrían darse en una amplia gama de políticas públicas y valores sociales como igualdad de matrimonio, reforma de salud (el llamado Obamacare), control de armas, financiamiento de campañas o aborto. Ello a su vez polarizará aún más la disputa electoral cuando Obama proceda con una nominación, con precandidatos republicanos exigiéndole no presentarla hasta después de la elección y los demócratas acusando a sus contrincantes de violar la Constitución vulnerando las atribuciones que todo presidente tiene de ocupar vacantes en la Corte. De los ocho jueces que quedan en ella, cuatro son conservadores y cuatro son liberales. Scalia, uno de los más conservadores, inclinaba la balanza a favor de éstos en casi todas las votaciones. De ahí la apuesta de cada partido sobre la mesa.
Las reacciones han sido inmediatas; Cruz ha declarado que la elección debe convertirse en un referéndum sobre la Suprema Corte. Pero la amenaza del líder del Senado, el republicano Mitch McConnell, de bloquear cualquier nominación hasta que no haya un nuevo presidente en funciones y el eco que de esa posición han hecho los precandidatos Trump, Cruz y Rubio (estos dos últimos también con capacidad de bloquear procedimentalmente la ratificación legislativa), convierte la contienda por el Senado en factor electoral clave y podría de paso, con el corrimiento de valores sociales hacia la izquierda, complicar las posibilidades de reelección de varios senadores republicanos. Hay que recordar que en EU, el partido con más escaños obtiene el control mayoritario de cada cámara, y dadas las reglas del Senado, el poder para legislar. El margen del GOP es de 54 escaños contra 46 (44 demócratas y 2 independientes —uno de ellos precisamente Sanders— que votan tradicionalmente con la minoría). Mientras que los republicanos tienen muy pocas opciones de ganar escaños adicionales en noviembre, estarán además defendiendo la reelección de 24 senadores contra 10 demócratas. Diez de ellos serán escaños muy reñidos, de los cuales todos menos uno es republicano.
La muerte de Scalia y la nominación de Obama no sólo afectarán el control del Senado. Tienen alcances en dos temas clave para México, al margen de su relevancia en el propio proceso político-electoral en curso. Uno de los últimos votos de Scalia, con el resto del bloque conservador, suspendió la instrumentación de la iniciativa de energía limpia del presidente que regula emisiones de carbón en plantas generadoras y que se deriva de los acuerdos impulsados por Obama en la pasada COP21 en París. Forma además parte esencial de los esfuerzos conjuntos que México y EU han encabezado en materia de mitigación del cambio climático. Y no hay que olvidar que en un tema vital para millones de nuestros paisanos indocumentados, la Suprema Corte iniciará audiencias en abril para determinar, ante la inconformidad presentada por 26 estados gobernados por republicanos, la constitucionalidad de las acciones ejecutivas que Obama ha tomado para diferir deportaciones y proveer mecanismos de legalización a jóvenes estudiantes indocumentados, los así llamados Dreamers, y a sus familias.
A lo largo de mi gestión como embajador en EU, mantuve discrepancias relevantes con Scalia, particularmente con respecto a la Segunda Enmienda y las leyes que regulan la compraventa y posesión de armas, así como en el caso emblemático del cumplimiento estadounidense del fallo del caso Avena en materia de pena de muerte, el cual nos confrontó en la Corte a la Administración del presidente George W. Bush y al gobierno mexicano por un lado, y a Texas y su gobernador Rick Perry (y por cierto, el entonces procurador del estado, Ted Cruz) por el otro. Sin embargo, siempre mantuvimos una relación respetuosa y cordial, al grado que el juez me invitaba una vez al año a comer con él en su recinto en la Corte. Más allá de nuestras convicciones personales y posiciones ideológicas, es ese sentido de diálogo y respeto a las diferencias lo que de nuevo ha sido minado en EU con su fallecimiento. Las consecuencias del deceso de Scalia para lo que hoy está en juego en EU —y por ende para México— son enormes.
Consultor internacional